El toro de la posmodernidad
Los tres novilleros fracasaron con estrépito. Lo que es la vida: tanto pedir un novillo noble para no decir nada
El hierro de El Parralejo tiene futuro. Sus novillos no es que sean modernos; son posmodernos. No es que sean artistas, sino tocinos de cielo vestidos de negro; benditos, mansurrones, blandengues, justos de todo y potentados de buenas intenciones, de esos que parecen amigos de toda la vida, que salen en son de paz y no quieren molestar. Novillos, al menos los de este festejo, sin fiereza, sin casta, sin genio, sin carácter, ni chispa; novillos de juguete.
Pero, claro, ese animal tan bonancible, tan buen vecino, es un arma de doble filo, porque un merengue exige un pastelero de lujo que sea capaz de hacer vibrar con la abundancia de azúcar. Y esa es una tarea harto complicada.
El Parralejo/Caballero, Rey, Espada
Novillos de El Parralejo, correctamente presentados, mansos, blandos y muy nobles.
Gonzalo Caballero: estocada (ovación); estocada contraria _aviso_ y dos descabellos (oreja).
Fernando Rey: pinchazo _aviso_ y estocada (ovación); estocada _aviso_ (silencio).
Francisco José Espada: bajonazo (silencio); pinchazo y estocada baja _aviso_ y dos descabellos (silencio).
Plaza de las Ventas. 11 de mayo. Cuarto festejo de la Feria de San Isidro. Casi tres cuartos de entrada.
Así, los tres novilleros fracasaron con estrépito. Lo que es la vida: tanto pedir un novillo noble para no decir nada, pasar desapercibido, echar un borrón en la carrera o, acaso, tentar la cogida, como en el caso de Caballero, para arrancar una oreja que no mereció.
La corrida de hoy
Toros de Pedraza de Yeltes, para los diestros Javier Castaño, Paco Ureña y Juan del Álamo
Caballero, Rey y Espada dijeron ser modernos; es decir, que dieron varios miles de pases y aburrieron a las ovejas. Y casi todo lo hicieron mal: citaron al hilo del pitón, abusaron del pico de la muleta, fuera cacho las más de las veces, sin hondura ni empaque… Tanto es así que mientras ellos daban pases y más pases, la gente murmuraba y le preguntaba al vecino que qué tal había ido la comunión de la niña.
Con seguridad, Caballero llegó con el cuerpo dolorido después de las cuatro volteretas que sufrió el domingo en Sevilla. Se le vio extraño, valeroso siempre, pero sin mucho que decir. Su primera faena careció de intensidad, y en la otra se arrimó cuando y donde no debía y recibió otra voltereta que lo dejó maltrecho. No contento, se tiró a matar sin muleta y otra vez salió por los aires. Normal. En fin, la oreja fue la medalla al sufrimiento por la patria. Según el parte médico, contusiones y erosiones múltiples.
Fernando Rey maneja con soltura el capote, pero la muleta es su asignatura pendiente. Elegante por bajo en el comienzo, lo emborrona todo cuando cita fuera cacho, en paralelo con su oponente, y no se aburre, cuando el personal está a punto de tirarse de los pelos.
Tampoco destacó Espada; ni siquiera con el templado sexto, otro merengue para un pastelero sin arte. En fin, entre posmodernos y modernos, un tostón.
Babelia
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