Sin luz ni esperanza
Una escena sombría desdibujó el carácter del 'Nabucco' de Verdi
Se escogió para el Nabucco de Les Arts una producción de la Bayerische Staatsoper creada por Yannis Kokkos en 2008, tan excesiva en su concisión que sumió a la escena en una gran frialdad. Cierto es que resultaron felizmente desaparecidos aquellos decorados “asirios” (tipo parque temático) que tanto gustaban en el Met neoyorkino, así como las doradas y abrumadoras vestimentas, coronas y cetros de Abigaille, o el muy bíblico ropaje de los hebreos. A cambio se vistió a todo el mundo de negro (o de azul oscuro), se montaron unos fondos también oscuros -sobre los que se recortaban formas geométricas-, y se escatimó con ahínco la iluminación. Con la excepción de los dos momentos en que actúa el dios de los judíos, simbólicamente representado por un panel de luces que descienden de lo alto y aumentan su potencia hasta cegar al público, consiguiendo –también en el sentido figurado- los únicos momentos brillantes de la representación. Nabucco cuenta una historia bíblica aderezada con componentes decimonónicos que cuesta digerir en la actualidad. De ahí los numerosos intentos de los registas para acercarla al público, a veces, como en este caso, con más voluntad que resultados. Porque la frialdad escénica que construye Kokkos disminuye el efecto de los dos factores que han mantenido vivo este título: la inmensa y pasional música de Verdi, por un lado. Y, por otro, la carga que la historia ha ido depositando sobre la partitura. Hay que recordar que el Va pensiero se constituyó, casi desde el estreno de Nabucco (Milán,1842), en una especie de himno nacional de los italianos frente a la dominación austriaca, y que es una música –y una letra- llena de esperanza y de vigor, aunque la cante un coro de prisioneros. Esperanza que, si bien más deslavazada, está asimismo presente en el resto de la obra. De rebote, y a posteriori, se ha utilizado muchas veces el Va pensiero para reivindicar la libertad y la resistencia a todo tipo de opresión. Por eso, la idea de colocar a los cautivos, sin más, contra una alambrada y sobre un fondo gris oscuro, a modo de campo de concentración con malos pronósticos, no refleja para nada el significado de esta música. Tampoco la similitud de tonos en el vestuario y hasta de actitudes entre asirios y hebreos ayuda a situar dramáticamente la interacción entre opresores y oprimidos.
Nabucco, de Giuseppe Verdi.
Palau de les Arts. Valencia, 30 de abril de 2015.
Solistas: Anna Pirozzi, Dimitri Platanias, Serguéi Artamonov, Varduhi Abrahamyan, Brian Jadge, Shi Zong, David Fruci y Hyekyung Choi.
Coro y Orquesta de la Comunidad Valenciana
Director musical: Nicola Luisotti
Director de escena: Yannis Kokkos
La batuta de Nicola Luisotti no exploró demasiado las entretelas de la acción o de los personajes, aunque acompañó bien a los solistas cuando estos lo intentaban, lo cual no es poco. Abusó con frecuencia del volumen, incluso animando a un coro que ya tiene tendencia a ello. En Nabucco, además, el coro aparece como un elemento capital desde el principio. Es casi el principal protagonista, representando a dos pueblos enfrentados en un conflicto que se superpone al de los personajes, y que ha llegado a imprimir, en el imaginario colectivo, el carácter reivindicativo e incluso épico asociado a esta ópera. Pero subrayar su importancia no consiste, precisamente, en hacerlo gritar. Sí que logró Luisotti, con la orquesta, aportar la mirada de profunda compasión con que Verdi acompaña a sus personajes, alcanzando bonitos momentos tanto con el protagonista como con Abigaille.
El rey de los asirios estuvo encarnado por Dimitri Platanias (en las tres últimas representaciones lo hará Leo Nucci), que cantó con voz homogénea, registros bien timbrados e intencionalidad expresiva. Se hubiera esperado de él, sin embargo, ya que ha protagonizado muchos papeles verdianos, una transmisión más palpable de ese intenso amor hacia las hijas –o hacia las nietas- que el compositor de Busetto propone con frecuencia a sus barítonos: Rigoletto, Giorgio Germont, Boccanegra y, aunque menos perfilado, también Nabbuco. Anna Pirozzi cantó Abigaille con buen fiato, brillo en el agudo, coloratura aceptable y una vertiente lírica mucho más refinada que -por ejemplo- María Guleghina, otra renombrada Abigaille en la actualidad. Dicha vertiente le permite muchos más matices, aunque resulte menos avasalladora que la rusa. Lo cierto es que, hoy por hoy, no tiene demasiadas rivales para este papel, trufado de dificultades por la tesitura y los saltos. Para Fenena se contó con Verduhi Abrahamyan, una voz de grato timbre y pocos registros expresivos. A Serguéi Artamonov (Zaccaria) le faltó seguridad en ambos extremos de la tesitura, pero fue mejorando a medida que avanzaba la representación. En cuanto a Brian Jadge, cantó con brío, aunque la afinación no resultara siempre impecable.
Babelia
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