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Una cosecha contra las balas

El georgiano Zaza Urushadze narra en ‘Mandarinas’ la guerra civil en su país La película llegó a competir en los Oscar

Tommaso Koch
El director georgiano Zaza Urushadze, en Madrid.
El director georgiano Zaza Urushadze, en Madrid. ULY MARTÍN

La Embajada de Georgia en Madrid refleja algo de su país: es pequeña y está rodeada de vecinos. Escondida en el centro de la ciudad, la sede diplomática tan solo ocupa unas pocas habitaciones y comparte edificio con otros inquilinos. Eso sí, sus vecinos no son tan aguerridos como los que acorralan al país: un bufete de abogados, una academia de idiomas o un bed and breakfast. Nada que ver con el gigante ruso que amenaza la frontera norte de Georgia, teatro bélico demasiado frecuente. En uno de esos conflictos se inspiró el director georgiano Zaza Urushadze para crear un también minúsculo filme que, sin embargo, se hizo enorme: Mandarinas, que se estrena ahora en España, fue la primera película de su país en lograr una de las cinco candidaturas al Oscar al mejor largometraje de habla no inglesa.

En realidad, el filme es una coproducción entre Estonia y Georgia, algo en que también supuso una primera vez. Pero Mandarinas es, sobre todo, una oda al desprecio a los conflictos armados. “La guerra es una idiotez, una de las mayores absurdeces del planeta”, defiende Urushadze (Tbilisi, 1965), en el sofá de la embajada. “Podemos tener origen o religión distintas, pero somos todos humanos. Eso es lo más importante que deberíamos recordar”, ya agregó en otras ocasiones. Y así lo deja claro el filme, que se basa en un conflicto real: a principios de los noventa, la región de Abjasia quiso independizarse, apoyada y seducida por Rusia, y Georgia se opuso.

Para relatar la insensatez de esta guerra, Urushadze se aleja del frente de batalla: su relato melancólico se centra en Ivo, un anciano representante de la minoría estonia que vivía desde hacía siglos en la región, pero que la abandonó durante la guerra. Sin embargo, Ivo no piensa ir a ningún lado; por lo menos, hasta que pueda recolectar la cosecha de sus apreciadas mandarinas. Pese a querer apartarse del conflicto, el anciano acaba abriéndole la puerta de su casa: allí acoge a un mercenario checheno y un georgiano, ambos heridos y decididos a matarse en cuanto se recuperen, porque así les sugiere el credo de su respectivo bando.

“Los personajes son víctimas de decisiones irresponsables de la política”, agrega el cineasta. En el fondo, Urushadze lidió personalmente con las guerras que narra. No llegó a coger las armas, pero sí perdió a “muchos amigos” en el pasado. Ahora, en sus viajes de promoción, ha debido afrontar otro problema, aunque menor: el desconocimiento de Georgia. Seguramente, no muchos coloquen de forma correcta al país caucásico en el mapa y, desde luego, no ocurría a menudo en Los Ángeles, adonde Urushadze acudió para los Oscar. “Me hacían muchas preguntas sobre Georgia, cómo es el país, sus conflictos o su historia”, rememora.

La película, rodada con 650.000 euros, llegó a competir en los Oscar

El director relata que otra de las mayores curiosidades de la millonaria Hollywood era saber cómo se sacó de la manga con apenas 650.000 euros un filme que llegara a pelear por la estatuilla. “Se quedaron impresionados. Es difícil; se consigue luchando, pero en Georgia todavía se puede. Los precios son menos caros, hay algunos elementos que nos regalaron y otros que conseguí con un descuento”, sonríe.

Cuesta creerlo, pero resulta que este señor risueño, creador de una fábula sobre el calor humano, encantado de hacerse fotos para la entrevista con un montón de mandarinas —escogidas, por cierto, por ser símbolo de Abjasia—, es un realizador “despótico”, como contó él mismo. “Solo en el rodaje”, matiza ahora. “El término es un poco excesivo, pero es el carácter del cine, no hay otra opción. Si empezáramos a discutir todo el tiempo sobre cómo hacer la película, no la rodaríamos”.

Tan claro tenía todo, que hasta se permitió un guiño de metacine. En un momento del filme, una furgoneta se estrella, pero no explota como en las películas. Y un personaje exclama decepcionado: “El cine es un fraude”. Para Urushadze, fue una “protesta” juvenil. Hijo de un célebre portero de fútbol, rechazó por rebeldía adolescente seguir las huellas paternales y acabó tras la cámara.

Otra protesta es la que expresa Urushadze en política exterior. Después de los eventos que hacen de marco a su filme, Georgia y Rusia volvieron a enfrentarse en 2008 por la misma razón: el apoyo de Putin a la independencia de Abjasia y Osetia del Sur. Entonces, ¿qué opina el director sobre Rusia? “Su política agresiva no va a cambiar, porque nunca lo ha hecho en siglos. Hablamos de un país grande que en pleno siglo XXI le quita territorios a un país pequeño”. Curiosamente, ambos Estados se enfrentaron también en los Oscar: Georgia con Mandarinas y Rusia con Leviatán, de Andrey Zvyagintsev. Por una vez, una guerra bienvenida. Y, al final, ganó un filme polaco: Ida.

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Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.

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