“Los cadáveres mal enterrados acaban por resucitar”
El autor culmina con ‘Desfile de ciervos’ el retablo ibérico que comenzó con ‘Aguirre, el magnífico’, en un descarnado retrato contemporáneo con la familia real como eje
Probablemente, hace cinco años, este Desfile de ciervos (Alfaguara) no hubiera salido a la calle. “Soy consciente”, asegura Manuel Vicent. Pero las cosas han cambiado mucho desde entonces. Y rápido. “Tanto que, en otros cinco, estas páginas pueden quedar superadas por los acontecimientos”. Lo mismo que el cuadro en que se basan. Ese retrato conjunto de la familia real, pintado por Antonio López a lo largo de 20 años, que se les ha revuelto de cara a sus figuras para tornarse en una especie de metáfora a lo Dorian Gray.
Están todos, pero no como eran, o como parecía que eran… “Los personajes han salido del cuadro para echar a andar por Palacio”, comenta el autor. No lo programó así, pero a fuerza de ir agregando ambientes, personajes y un magma de lo que algunos podrían identificar como España, Vicent ha ido esculpiendo una trilogía, “a modo de retablo ibérico”, que comenzó con la magistral ‘Aguirre, el magnífico’.
Aquel fue el retrato de un niño bastardo que se hizo cura, bregó a base de sermones un frente antifranquista, se convirtió a la nobleza casándose con Cayetana de Alba y murió sólo en el palacio de Liria sin ser capaz de encontrar los enchufes. Siguió con ‘El azar de la mujer rubia’, un trío ardiente que retozaba sobre la erótica del poder, formado por el rey Juan Carlos, Adolfo Suárez y Carmen Díaz de Rivera.
Concluye ahora el ciclo ‘Desfile de ciervos’… Lo define Vicent: “Un cuadro al que le he tratado de quitar la sábana de encima y que hace cinco años, no hubiera podido publicarse”. ¿Y qué encontramos? “Los protagonistas de antaño, que han quedado congelados en el tiempo a medida que todo se corrompía alrededor”. La consecuencia de una transición que, entre sus pactos más frívolos, supo colar la oferta todo a cien de no pidamos cuentas de sus actos a quienes lo hacían posible: “Con el tiempo ha salido a la superficie la parte más débil de aquella época, que es la corrupción. Se dio todo por bueno y, a mi juicio, fue un periodo muy positivo, pero lo que quedó tapado debajo de un pacto de silencio, ha terminado por descubrirse, en parte. Ocurre con los cadáveres mal enterrados, que acaban por resucitar, a veces”.
No mide las palabras si no es por la vara de su auto exigencia literaria. Comprende que se ha ido abriendo paso la crudeza en pos de la transparencia. “No cuento tampoco nada que no se haya sabido o leído previamente”. Pero, con todo ello, elaborado a base de una minuciosa densidad de cirujano a lo largo de 300 páginas, este ‘Desfile de ciervos’ nos deja boquiabiertos por su contundencia.
“El rey dejó de serlo cuando tuvo que pedir perdón por cazar elefantes”
Nadie escapa a las circunstancias. “Ninguno de nosotros somos inocentes en la medida en que hemos participado de la fiesta. El problema vino cuando se pinchó la burbuja y nos tocó lamentarnos. Pero ahora temo, que si llega la recuperación, la conga vaya a ser mucho mayor por esa nostalgia que nos ha entrado del pasado reciente”, asegura.
Por eso, Vicent, entrelaza la podredumbre moral de una clase dirigente con la tolerancia ante la inmundicia de quienes lo atestiguaban sin levantar la mano. En la procesión que ha contemplado el cuadro se entremezclan prostíbulos con huertanos que demandan felaciones por cada gol que mete la selección española, asesinos pasionales o no, políticos nacionalistas presos del efecto alucinógeno de unas setas, la realeza y sus congéneres cambiando la mano con que antes metían gol a un portero cualquiera para colárnosla a todos de rondón o “un rey que dejó de serlo cuando tuvo que pedir perdón por cazar elefantes”, según Vicent.
Y una reina Letizia que ha revitalizado la línea de sucesión con inmaculada sangre plebeya… Ella es de las mejores paradas en el retablo. “Con todo lo que tiene de autoexigente y perfeccionista, me imagino lo que debió ser para ella entrar en esa pecera, donde no sabía respirar por las branquias. Te debe producir un ahogo insuperable, aunque últimamente, veo que va aprendiendo”.
Como él ha ido atestiguando los acontecimientos que decidió plasmar en el libro casi a medida que se producían. Una obra en construcción es esta nueva novela suya. Comenzó hace un año, asegura. Pero, menudo año. Cómo dejar fuera la hipotética herencia no declarada de Pujol, la sucesión en el trono, el barranco al que se van abocando los pilares de la transición… Para todo hay explicación, que también cabe en el libro: la terrorífica metamorfosis de Aznar, el desolador optimismo antropológico de Zapatero, la movida por delante y por atrás, las musas de la transición hermanadas los sueños rotos de las inmigrantes en las barras.
El cuadro, como ven, desbordado por sus propias costuras, ahogado en mitad de su venenosa atmósfera sin que sea necesario nombrar a su autor dentro del libro: Antonio López. “Lo conozco bien. Ha tardado 20 años en entregarlo porque esa imposibilidad que él sufre de atrapar una luz que se escapa, se convierte en una neurosis. No es un problema estético para él, es un asunto moral”.
“Este libro es un cuadro al que le he tratado de quitar la sábana de encima y que hace cinco años, no hubiera podido publicarse”.
Para eso está la literatura. Para ejercer ese rescate sobre un arte físico cuando el alma de las cosas que se representan transmuta. Para responder a qué se debe o para preguntarse también la razón: “Esta novela la he sacado de los telediarios. Lo difícil, el reto consistía en convertirlo en literatura. Había que calibrar. Llega un momento en que por mucho nivel que quieras dar a las cosas, si desciendes demasiado a la realidad, puedes enfangarte”.
Y después de todo aquello, ¿qué? “La ciudadanía demanda limpieza. Primero lo hace con un afán de cabreo explosivo. Toca reconducirlo a hechos concretos, a urnas, programas. Las nuevas generaciones tienen todo el derecho, como tuvimos nosotros antes, a elegir sus propios líderes. Esa corriente que viene del 15-M, con esa sed de pedir todo o nada, esa mezcla de ilusión y de cabreo, esas ganas de decir somos jóvenes y vivimos a nuestra manera, cristalizará, aunque después venga la rebaja”. Y un aviso: “Lo mismo que Willy Brandt aconsejó a Felipe González que hasta que no se cortara esas patillas que llevaba no llegaría a mandar, Pablo Iglesias tendrá que cortarse la coleta si quiere optar al poder”.
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