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Horacio entre la nieve

La poética del frío, que se atribuye, un poco superficialmente, a los poetas escandinavos, es honda y cierta en Tomas Transtromer. Una visión nórdica de las cosas forma parte de la primera singularidad de este gran poeta. Su solsticio es el de invierno. En sus poemas la luz es la de la pintura, la de la fotografía, la del cine y la novela del Norte extremo. No resulta tan raro si aceptamos sin dudarlo que hay una estética del Sur Pero más allá de lo superficial, el Norte de Transtromer está hecho de un lenguaje despojado, que tiende a lo sustantivo, al haiku y al monosílabo. En un fragmento suyo (que no es un haiku, pero se asemeja a muchos de sus espléndidos haikus) se contiene esa poética del ascetismo gozoso, que eso es lo que enseña el Norte extremo, un candor ante cada una de las cosas del mundo. Dice el poeta: «Cansado de todos los que llegan con palabras,/ palabras, pero no lenguaje». El poeta busca el singular pleno del lenguaje frente al plural caótico de las palabras gastadas. Otro gran poeta, Gonzalo Rojas, prácticamente coetaneo de Transtromer, expresó idéntica desazón, cuando habló del «lenguaje sin logos». Rojas es un gran poeta del Sur, pero anhela lo mismo, un lenguaje quede de verdad diga y sea en el mundo. Su obra no es un lamento, sino un ensayo. Un intento de devolver grandeza a las cosas, especialmente a las pequeñas. La combinación de sencillez, incluso de simplicidad en el mejor sentido, y grandeza, siempre me ha recordado a Horacio. La distancia de Transtromer frente a las multitudes es también horaciana. Algo de todo eso, si no todo, hace de él un grande y un candidato a clásico.

Funciones muy arcaicas del poeta, como las sacerdotales o incluso las profeticas, están puestas al día por el de manera laica, humilde y casi invisible. Poéticas que para nosotros serían incompatibles, como la de la experiencia y la de lo sagrado coexisten en él sin conflicto. Lo mismo digo de otras aparentes incompatibilidades. Dios aparece a menudo en sus líneas. La preocupación social, por ejemplo por los presos, tan cercanos a su vida cotidiana, también.

La poesía de Transtromer no es sólo imágenes. Su condición de músico, de pianista, a la que no renunció ni en los momentos de mayor dificultad, se aprecia en la armonía sincopada de sus versos.

Algunos de sus versos, me contó en una entrevista que se publicó en El País, le habían sido dictados en sueños. Son los más misteriosos, pero también los que guardan mejor su proyecto estético. En ella decía que hay un hombre que es bueno y que es posible vivir sin herir a los otros. Creo recordar, porque escribo precipitadamente y de memoria, té afirma literalmente: «hay uno que puede verlo todo sin odiar». Lo mejor de su poesía es el proyecto ético que contiene bajo los mil destellos de la belleza. A nuestro alrededor, gracias a que él supo comunicarnos su alrededor, están las pisadas de los corzos, que están llenas de sentido. No son palabras, pero son lenguaje. TRANSTROMER recuperó con elegancia y casi de modo invisible la antigua condición del poeta como maestro de vida.

Juan Antonio González Iglesias es poeta.

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