Fernando Esteve, el comunicador de la música
Era la conexión entre los periodistas musicales y el artista, el facilitador de trabajo, el conseguidor
Medía más de un metro noventa y ese corpachón grandote y espesa barba blanca destacaban siempre en muchísimas ruedas de prensa y numerosos conciertos celebrados en Madrid en las tres últimas décadas. Fernando Esteve era la conexión entre los periodistas musicales y el artista. El facilitador de trabajo, el conseguidor. Lo hacía de manera natural, con amabilidad, porque creía en el valor de la comunicación y de la cultura, dos cosas que él unía con facilidad.
Nacido en Madrid el 23 de septiembre de 1952, Esteve había estudiado Ciencias Económicas, pero su pasión por la música le hizo entrar a finales de los setenta en el departamento de prensa de la discográfica Polydor, hoy Universal Music. En los ochenta, en los años del profesor Tierno en la Alcaldía, Fernando pasó a trabajar en el ayuntamiento para coordinar con los periodistas y promotores de conciertos de entonces, los acontecimientos musicales que se celebraban aquellos días que en Madrid se valoraba la cultura. De ahí a CreAcción, ya en los noventa, la asociación que gestiona Festimad, Unversimad y los premios de rock Villa de Madrid, tras unos años como cabeza visible en la capital de la promotora catalana Gay & Company. Y, mientras, como inquieto que era, además de libre, la promoción cada año del festival de Teatro Madrid Sur, los ciclos de Jazz en el Auditorio Nacional, o los congresos estatales de redes de teatro, del que estaba estos días preparando el tercero.
Pero por encima de su biografía profesional, el perfil que se puede trazar de un personaje como él traspasa los límites de lo convencional. A veces parecía un tipo de otra época. Culto, caballero, afable, y dotado de ese tacto en el trato que encandilaba a los amigos, y apasionaba a las amigas, que veían en él un seductor, sin pretenderlo, muy alejado de los cánones de los que se entiende por belleza externa. En su velatorio el lunes pasado por la tarde, muchas de las que habían sido en algún tiempo compañeras sentimentales suyas lloraban juntas abrazadas, pero sonrientes y contentas de haberlo sido. Eso no le convierte en un mujeriego, más bien al contrario. No era un tipo que se sobrepasara con las chicas.
El domingo por la tarde se fue al cine sin saber a qué película le invitaba su amiga Beatriz, raro en él que siempre repasaba la cartelera antes para asegurarse el buen rato ante la gran pantalla. Junto con la música, donde sentía predilección por las voces femeninas de todos los géneros, como la cantautora canadiense Joni Mitchell, la rockera estadounidense Chissie Hynde, o la desaparecida cantante de jazz Sarah Vaughan, Fernando sentía pasión por el cine, la novela y las series “buenas” –como él decía- de televisión. Era delicioso hablar con él de todo eso. A veces presumía de haberse dado una sesión de tirón en un fin de semana de todas las temporadas seguidas de Los Soprano, acaso su serie favorita, aunque últimamente estaba fascinado con House of Cards. Disfrutaba también de la novela negra y estaba enganchado a las escritas por el también músico noruego Jo Nesbo. Y era del atleti con orgullo, y del barrio de Tirso de Molina del portal pegado a la taberna flamenca Casa Patas. Contaba chistes a menudo, algunos buenos, y amortajado el lunes todavía conservaba un rictus sonriente como si con su muerte nos estuviera tomando el pelo a todos.
Se ha ido después de ver El año más violento, con Beatriz, y tomarse solo la última caña en el barrio. No llegó a subir a casa. Su corazón estalló el domingo por la noche y él se desplomó sobre una acera de Madrid. Con Moncho Alpuente, El Cifu y desde ayer Pedro Reyes, Fernando estará agitando la escena cultural del paraíso.
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