“Soy un ladrón. Escríbelo así”
Paul Thomas Anderson asegura que para 'Puro vicio' robó planos a Jonathan Demme
Paul Thomas Anderson es un ladrón. James Gray le llama temerario. Ben Affleck lo compara con Orson Welles, y para Sam Mendes es un “verdadero autor”. Pero el realizador angelino de 45 años quiere que le llame ladrón. “Con todas las letras. Escríbelo. Y que vengan a buscarme”, comenta en plan reto a este diario. Este candidato al Oscar en seis ocasiones incluida esa última nominación a mejor guion adaptado por su nuevo estreno, Puro vicio, quiere que recuerde que lo suyo con Jonathan Demme es más que una influencia. “Le robo planos todo el tiempo”, admite sin pudor el autor de Boogie nights o Pozos de ambición que esta vez también echó mano de las aventuras de Tom y Jerry o de los cómics de los Freak Brothers. Influencias extrañas cuando su última película es la adaptación de la novela de Thomas Pynchon, autor estadounidense considerado el máximo exponente del posmodernismo literario.
Anderson conserva la misma sangre fría cuando habla de lo que guarda en su garaje. “Latas de película sin utilizar, restos del filme comprado por los estudios para algunos de mis rodajes anteriores que llevo guardando como puedo, sin devolverlo, como esos que guardan latas de comida en su refugio nuclear preparados para un posible ataque nuclear”. Se ríe mientras confiesa su crimen, sin arrepentimiento. Está orgulloso de haberse quedado con unos restos con los que rodó Puro vicio consiguiendo ese aire de fotografía casi velada, “de postal desteñida por el paso del tiempo” que ha querido darle a un filme que al menos en apariencia habla de la muerte de la contracultura hippie.
Porque como todas las novelas de Pynchon, Puro vicio habla de muchas más cosas. De la California de los 70, de un país que se viene abajo, una novela negra con tramas en las que se entrecruzan detectives emporrados, supremacistas blancos y otros que recuerdan a Zoot, el saxofonista de los Muppets. Y aquí es donde llega el mayor robo de Anderson: el director quiere quedarse con tu tiempo y que veas su séptimo filme dos veces. “Es tan complejo que lo más divertido es perderte en esta avalancha de información sin quedarte enganchado en los detalles”, advierte. “Con los taquillazos sabes lo que vas a ver. En Puro vicio, no”.
Al menos es honesto. Como lo han sido las críticas, desde aquellos que se han salido de la sala hasta quienes la ven como otra obra maestra de este enfant terrible de Hollywood que ya pinta canas. La obra de Pynchon siempre ha sido considerada inadaptable. Y Vineland, novela con la que Anderson empezó a trabajar, así lo fue. Pero con Puro vicio, el realizador y enamorado de este autor huidizo dio con la clave. “Me di cuenta de que debajo de toda su obra hay una historia sencilla, pero tienes que escarbar bien profundo para encontrarla”, asegura. Una historia que no necesariamente se entiende sino que se siente. Como le gusta decir no importa tanto cuán plausible es la trama sino el placer que produzca su visionado. Citando a otro maestro que piensa como él, Stanley Kubrick, Anderson recuerda que “es más importante el sentimiento generado por un filme que lo que comprenda tu mente”.
El filme es tan complejo que lo más divertido es perderte en esta avalancha de información sin quedarte enganchado en los detalles"
Si su amor por la obra de Pynchon está en el centro de su última película, su pasión por los actores también le pudo. El hombre que le consiguió una candidatura a Tom Cruise por Magnolia y su último Oscar a Daniel Day Lewis con Pozos de ambición está encantado de volver a trabajar con Joaquin Phoenix por segunda vez consecutiva después de The Master, esta vez como un Larry Doc Sportello siempre fumado. Se habló de que Robert Downey Jr. quería el papel. Anderson dice que son rumores de Internet y que nadie como Phoenix por raro que sea. “Y lo más divertido es que cuando le conoces no tiene nada de raro. El tipo más encantador, con un gran corazón y un pozo sin fin de creatividad además de una mente muy rápida. Nunca oirás otra cosa de cualquiera que haya trabajado con él. Y sin embargo es graciosa la fama de raro que se ha buscado él solo para protegerse”, le describe su director.
Pero como se trata de Anderson, los piropos no se quedan ahí porque lo que nadie le ha robado todavía a este director es su ego, algo que se nota a la legua cuando recuerda aquello de que “por muy bueno que sea Joaquin, por bueno que sea cualquier actor”, si el guion no está bien escrito no tendrá nada que hacer. “Ahí es donde me merezco el crédito”, remata sobre lo único que admite no haber robado. Demasiado tarde. Desde la ventana del Athletic Club, un remanso del antiguo Los Ángeles en el corazón de esta urbe, se puede escuchar el incesante sonido de las sirenas de la policía en busca de su ladrón.
Babelia
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