Un cuento de hadas sin letra
En ‘Ne m’oublie pas’ Philippe Genty puebla el escenario de ilusiones y fantasmagorías
Un teatro de maravilla, magia y fantasmagoría. Marionetista e ilusionista, Philippe Genty ha dado varias vueltas al mundo con sus espectáculos sin palabras, en los que los actores se entremezclan con maniquíes confeccionados a su imagen y semejanza y movidos de modo que resulta harto difícil distinguir la carne doliente de la materia inerte. Genty juega al equívoco con el público, como Tadeuz Kantor en La clase muerta y Gisèle Vienne en Showroomdummies, inspirados todos ellos por la teoría del intérprete supermarioneta de Gordon Craig y por la certidumbre, anotada por Heinrich von Kleist, de que los muñecos tienen dos cualidades que para sí querrían los mejores comediantes: la ingravidez y la ausencia de afectación.
En No me olvides, hombres escapados de algún cuadro de Magritte y mujeres surgidas de un sueño de Delvaux (pero vestidas) bailan, caen a plomo, se yerguen automáticamente; se volatilizan, abandonando su exoesqueleto en brazos de sus amantes; ensayan pantomimas chaplinescas con una silla de tijera, pierden sus extremidades y agitan unas inmensas alas de tul, emulando a Loïe Fuller, la Méliès de la danza. Genty habla siempre de lo mismo: del viaje de la vida, que transcurre en compañía de semejantes que nos son del todo extraños, y de la soledad con la que afrontamos los momentos cruciales. De ahí que la única relación humana genuina que se entabla en el curso del espectáculo sea entre una joven, el monito que tiene en brazos y mamá simio, que viene decidida a quitarle a la criatura pero que pronto se pone a despiojar amorosamente a la joven.
Ne m´oublie pas (no me olvides)
Dirección artística: Philippe Genty. Puesta en escena: Mary Underwood. Intérpretes: Ánne Mággaá Wigelius, Annie Dahra Nygaard, Maja Bekken… Madrid. Teatros del Canal, hasta el 22 de febrero.
La música de René Aubry y la línea clara con la que están dibujados el paisanaje y el paisaje (un páramo polar a la luz de las noches blancas) sitúan la función en un universo onírico amable y digestivo, más próximo a los de Disney, Hergé y el Cirque du Soleil que a los mundos tortuosos de Starewitch, Svankmajer, Ilka Schönbein y compañía. Los nueve intérpretes tejen los ensueños de Genty con hilo de plata, lo cual no obsta para que en algún momento tanto prodigio pueda resultar reiterativo. Este No me olvides reeditado es muy diferente, ni mejor ni peor, del que el director francés estrenó 22 años atrás en el Español, dentro del Festival Internacional de Teatro de Madrid. Él y Mary Underwood, su copiloto, lo han reescrito para tres actores y seis actrices de la escuela de teatro gestual de Verdal (Noruega), las cuales asumen parte de los papeles masculinos por sentido de la equidad, puesto que la proporción entre alumnas y alumnos de arte dramático es de dos a uno en todo Occidente.
El que el título figure en el texto del programa de mano de los Teatros del Canal tres veces en francés, lengua de sus coproductores, con su traducción al inglés pero no al español, es un indicador más de lo enraizado que está en ciertos ámbitos de la gestión cultural y de la política el complejo de inferioridad frente a lo anglosajón.
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