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Reportaje:TEATRO

Los maniquíes mórbidos

Javier Vallejo

Las fotos de La clase muerta, obra cenital de Tadeusz Kantor, desasosiegan. Sus protagonistas están en posiciones inverosímiles, entrecruzados, disparejamente afectados por la gravedad. La mitad son maniquíes, pero no se adivina. Durante la representación, sus actores, mecánicos y cenicientos, parecen materia inerte: estremecen. Cautivó unánimemente. Veinte años después de ver La clase muerta, encontré una foto de expresividad igualmente inquietante en el festival bilbaíno Dantzaldia: sobre una línea de sillas al fondo de la escena, yace una docena de mujeres de cabellera negra, larga y lacia cayendo sobre sus cuerpos desnudos. Tienen la palidez de los maniquíes, pero algunas son de carne y hueso. No puedo dejar de mirarlas, intentando adivinar quién palpita y quién no. La imagen pertenece a Showroomdummies, espectáculo dirigido en 2001 por dos jóvenes franceses, Gisèle Vienne y Etienne Bideau-Rey, e inspirado en Ivonne, princesa de Borgoña, de Gombrowicz, y en La Venus de las pieles, de Leopold Sacher-Masoch. Es el segundo de una tetralogía en la que sus creadores difuminan los límites entre vida y materia inerte. Ahora, Vienne continúa su búsqueda por separado en I Apologize, que presenta con su Groupe DACM el 10 y 11 de noviembre en el festival NEO de Barcelona.

I Apologize es un espectáculo mórbido e inquietante, y seductor cuando uno se deja llevar por la expresividad inerte de la veintena de maniquíes articulados, la sensualidad glacial de la bailarina Anja Röttgerkamp y las variaciones que entreteje Jonathan Capdevielle, maestro de ceremonias de un ritual que no es menester explicarse. Su belleza es de orden plástico. La acción, muda, está punteada por un relato en off del escritor californiano Dennis Cooper. El autor de The George Miles Cycle hace en primera persona la crónica poética de una separación, que deriva en drogas, prostitución y violencia. Capdevielle evoca plásticamente el relato de Cooper, lo reconstruye, lo modela como se modelan los ensueños. Rötgerkamp y Jean-Luc Verna, actor rapado y tatuado de pies a cabeza, encarnan al resto de los personajes, se los intercambian, y los maniquíes son un coro que no rechista. Patrick Riou baña la escena con golpes de luz fría y Peter Rehberg con una música invasora. En el patio de La Casa Encendida, donde lo vi en febrero, I Apologize funcionó de miedo, con un aforo pequeño y pegado al escenario. Ignoro cómo se adaptará a las dimensiones, mucho mayores, del Teatre Lliure.

Gisèle Vienne (Charleville-

Mézières, 1967) está predestinada: su ciudad natal es sede de la École Nationale des Arts de la Marionette y del mayor festival de títeres de Europa occidental. Ahora vive entre París y Grenoble. Desde la capital francesa habla por teléfono de los artistas que más le influyeron. Por un lado, Pierre Molinier, fotógrafo de maniquíes que él mismo maquillaba y de travestis a quienes colocaba máscaras femeninas. Por otro, Hans Bellmer, "creador de muñecas que dislocaba, desmembraba y fotografiaba en posiciones físicas humanamente imposibles". El resultado, dice Vienne, es de un erotismo turbador. También ella construye sus maniquíes, sobre el molde de una niña de 12 años. Tiene 64 diferentes, asignadas a cuatro espectáculos en repertorio.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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