El cine chileno exhibe músculo en Berlín
Patricio Guzmán y Pablo Larraín lideran una avanzadilla de ocho directores
Si alguien ha sacado pecho a lo largo de la 65ª edición de la Berlinale, ha sido el cine chileno. Por cantidad y por calidad. Por cantidad, porque hay ocho películas —además de un corto— en las diversas secciones del certamen: tres filmes en Panorama, dos en Forum, uno en la sección Indigenous Cinema y, sobre todo, dos en la sección Oficial. Y por calidad, porque estos títulos han sido de los más destacados por la crítica.
Son dos apuestas muy distintas. Por un lado, el documental El botón de nácar, de Patricio Guzmán, que a sus 73 años sigue batallando con una mirada crítica sobre el pasado dictatorial de su país, después de una vida marcada por su trilogía La batalla de Chile; por otro, El club, de Pablo Larraín, un drama centrado en un grupo de curas pedófilos escondidos en una casa por la Iglesia en un remoto pueblo. Larraín también ha labrado su carrera fustigando a sus compatriotas complacientes, con películas como Tony Manero, Post mortem o No. Ambos no quieren saber nada de premios en la Berlinale — “Cada jurado es un mundo, aquí el año pasado estuvo Boyhood y no ganó", apunta Larraín— y sí de repercusión para sus historias.
Guzmán ha cerrado con El botón de nácar el viaje iniciado con Nostalgia de la luz, el deambular por una geografía chilena —en la primera, el desierto norteño, en la segunda, la Patagonia de hielos perennes— que está marcada por las matanzas pinochetistas y los rastros de sus miles de víctimas. “Mi tema es el pasado. A pesar de vivir fuera desde hace décadas, me siento atrapado por la historia chilena, sin querer ocultar el pasado doloroso. Aunque yo soy un optimista”. Es Chile su paisaje, pero podría ser también España, con ese miedo a la memoria histórica. “Siempre he tenido el sueño de hacer un filme sobre la falta de memoria de España. En especial, sobre el pacto de silencio que Felipe González inventó con el Ejército. Es un escándalo lo que pasó. La falta de memoria de España le ha quitado energía para jugar un rol importante en Europa. Sigue siendo un país secundario, cuando por elementos históricos y culturales debería estar en primera línea de la UE. Pero no sé dónde encontrar el dinero para ese proyecto. Y las televisiones no emiten documentales. Nostalgia de la luz fue cofinanciada por TVE hace cinco años y aún lo han emitido… ni lo van a hacer”, dice.
El cineasta es un francotirador cuyos últimos filmes tampoco se han emitido en las cadenas chilenas: “Solo una vez pasaron Nostalgia de la luz y lo hicieron con los rollos cambiados. Incluso en un colegio echaron a un profesor por proyectarla en clase. Cuando yo ruedo pienso en los paralelismos con otras naciones. Lo que pasó en Chile es una muestra de lo que el siglo XX ha ofrecido”, añade.
Larraín, a sus 38 años, habla con respeto del maestro “poseedor de una sensibilidad profunda y de gran generosidad”. Su El club, rodada casi a escondidas con su grupo habitual de actores, es la gran favorita para el Oso de Oro. “Ha sido un trabajo basado en mi pasado como niño católico, rodeado de curas buenos, curas malos y otros desaparecidos. ¿Dónde están? Investigué y encontré que la jerarquía católica posee una estructura para esconder a sus miembros pedófilos. Sé que en España también los mueven de un pueblo a otro”. A Larraín le fascina que la gran paranoia actual de la Iglesia católica sean “los medios de comunicación, y eso es nuevo y muy interesante”. Su próximo proyecto también estará conectado con el terror pinochetista. “Sin embargo, no sigo un plan maestro; hago lo que me va apeteciendo”, apunta. ¿Puede un filme cambiar la sociedad? “No lo sé, pero amo el disparo, llegar al límite. Los cineastas somos niños con bombas. Patricio y yo somos creadores muy políticos, indignados con la impunidad”, afirma.
Sobre el éxito actual, tanto creativo como festivalero del cine chileno, el productor Juan de Dios Larraín, hermano de Pablo y responsable de películas como Gloria, de Sebastián Lelio, explica: “Hay hasta cinco generaciones de cineastas chilenos rodando en la actualidad”. Además de los presentes en la Berlinale, están Matías Bize, Miguel Littín, Cristián Jiménez, Nicolás López… En Chile estrenaron 45 películas nacionales en 2014, casi el doble que en 2013 (25). “Y nos sabemos agrupar bien. El sindicato de productores funciona adecuadamente. Tampoco podemos olvidar que hemos trabajado mucho las coproducciones”, agrega. La ministra de Cultura chilena, Claudia Barattini, que ya estuvo en el festival de San Sebastián, también ha paseado gozosa por la capital alemana, de sala en sala. No es para menos.
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