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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los espías

En España nos hemos acostumbrado a que el ministro Montoro sacuda con filtraciones de inspección de Hacienda a sus rivales electorales, pero no dedique la misma medicina a escándalos que afectan a su partido

David Trueba
Hervé Falciani
Hervé Falciani

Al cine y a la televisión siempre les ha fascinado el funcionamiento de los servicios secretos de la Estado. A la espera de que llegue a España el documental Citizenfour, nominado al Oscar, donde Laura Poitras cuenta su entrada en contacto con Edward Snowden y las revelaciones sobre el grado de control en las comunicaciones por parte de la NSA norteamericana, recibimos noticias desasosegantes sobre el uso de información secreta en la pelea cotidiana. En España nos hemos acostumbrado a que el ministro Montoro sacuda con filtraciones de inspección de Hacienda a sus rivales electorales, pero no dedique la misma medicina a escándalos que afectan a su partido, propiciando una confusión triste entre instituciones y Gobierno. Seguimientos y filtraciones de informes policiales, tan oportunos como luego desautorizados, jalonan cada pelea electoral para pasmo ciudadano. Sabemos que fue la lista de clientes con cuentas secretas protegidas en Suiza difundida por Falciani la que ha propiciado las más sonadas investigaciones, lo que alumbra la opacidad con la que funciona el delito fiscal en los paraísos y la inoperancia de los mecanismos de control.

En Francia, los defensores de Dominique Strauss-Kahn confían en desmontar las últimas acusaciones sexuales contra él relacionando la intervención de sus comunicaciones con el mandato de Sarkozy. En Argentina, tras la muerte del fiscal Nisman, la presidenta Kirchner ha procedido a la refundación de los servicios secretos. Es obvio que el disparo que acabó con la vida de un fiscal en el día previo a su comparecencia perjudicaba a la credibilidad de la presidenta. Pero la urgencia en la limpieza de la SIDE contribuye a la idea de una guerra en los sótanos de poder, desatada cuando los intereses de unos y otros han dejado de coincidir.

En Colombia se ha entregado la antigua jefa del espionaje. Llevaba cuatro años fugada en Panamá para eludir las investigaciones que apuntaban a su responsabilidad en los casos de escuchas. Defendida por el antiguo presidente Uribe, no deja en buen lugar el manejo de la información y el espionaje al servicio de intereses particulares. He ahí el peor enemigo de los servicios secretos. Todo el mundo acepta los turbios márgenes del poder, pero demasiadas veces se desvían hacia un uso menor, parcial, interesado y selectivo.

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