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Premios Goya
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El manifiesto de Antonio Banderas

La interpretación del actor malagueño fue mucho más que una gratitud: fue un manifiesto

Juan Cruz

La pantalla de la tele te trae sorpresas y te las da cuando te esperas un conjunto de llantos, chistes y ocurrencias. Incluso en este mundo tan tecnificado de los guiones se producen situaciones así. Pongo por casos la aparición estelar, dubitativa y sonriente, de la veterana Asunción Balaguer y el canto a la creatividad española del más internacional de nuestros actores, Antonio Banderas, cuyo discurso se tiene que guardar como un prontuario para que la gente se tome en serio lo que supone entre nosotros la historia del cine español.

La interpretación de Banderas fue mucho más que una gratitud: fue un manifiesto. Precedido por la gradación poética en la que Almodóvar convirtió su presentación del premio de honor, esa magnífica canción de gesta de Banderas fue un alimento de primer orden en la historia de los mejores discursos sobre la esencia del oficio.

En casa la tele trae otros goyas, seguramente; por ejemplo, es probable que allí, en el escenario del glamour de la gala propiamente dicha, Dani Rovira tuviera más apellidos que los que exhibía anoche desde la pantalla de televisión en el arriesgado puesto de cómico del cine cosiendo la más importante cita anual del cine español.

Ese gag que le llevó a aparecer en calzoncillos para significar que iba a anunciar el resultado de la competición de cortometrajes es tan obvio como las respuestas de los futbolistas. No sólo fue obvio, sino que fue contradictorio con lo que había anunciado el presidente González Macho: démosle importancia a los cortos. Pues a Rovira le pusieron en el guión que diera un recital de chistes cortos que, en verdad, resultaron más casposos que los viejos celtas cortos. Estos premios no nacieron para la espontaneidad, como ocurre con este tipo de certámenes fin de carrera; eso hay que disculparlo, pues el festival es para emocionar a los ganadores (tanto llanto hubo que la alegría parecía a veces un martirio) y no para encantar a los espectadores. En el sitio de acá, ante la tele, se agradece la improvisación (como la de González Macho), o la de Pedro Almodóvar (entre los amigos del cine y la cultura “usted no está incluido, señor Wert”), pero también se aprecia la honra a lo escrito, sobre todo en el citado caso de Banderas. Almodóvar destacó la audacia con la que el actor incendió las pantallas en los ochenta. Como si le quisiera dar la razón, Antonio habló incendiado, y donde antes había la frialdad de la ocurrencia él dejó el fuego de la idea.

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