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CRÍTICA | BOB ESPONJA, UN HÉROE FUERA DEL AGUA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un psicotrópico benéfico

Biólogo marino a la par que animador, Hillenburg ha creado, con Bob Esponja y su universo de Fondo de Bikini, una mitología realmente poderosa

Antonio Banderas, en el filme.
Antonio Banderas, en el filme.

Cuando, en 1987, le encargaron al animador Ralph Bakshi –director de El gato caliente (1972) y Heavy Traffic (1973), entre otros relevantes títulos- que insuflara nueva vida a un personaje mítico como Súper-Ratón –creado por Paul Terry en 1942- en la serie de la CBS Mighty Mouse: The New Adventures, nadie podía prever que se estaba poniendo una revolución en marcha. Bakshi, que había llevado la estética contracultural de los cómix underground al terreno del largometraje de animación, plantó ahí la misma semilla en el medio televisivo, aunque el fenómeno aún tardaría tiempo en dar sus mejores frutos. El cineasta contrató, por poco dinero, a toda una legión de jóvenes leones del oficio –en la que figuraban nombres como los de John Kricfalusi, Bruce Timm, Rich Moore y el futuro talento de Pixar Andrew Stanton-, que acabaría dando forma a un fenómeno totalmente inédito en un medio tradicionalmente tan conservador como la televisión: la animación de autor, capaz de explotar a conciencia un doble lenguaje tan capaz de seducir al espectador infantil como de establecer inauditas –y, a menudo, provocadoras- vías de complicidad con el televidente adulto. De todos ellos, quizás el más influyente en todo este asunto sería John Kricfalusi, heredero de la animación extremada y pirotécnica del histórico Bob Clampett: su serie Ren y Stimpy le valió, en su momento, la expulsión de un canal como Nickelodeon –y la pérdida temporal de los derechos sobre sus personajes-, pero su serie fue el gran modelo que hoy hace posible que, en la parrilla televisiva, convivan propuestas tan sobresalientes y excéntricas como la Hora de aventuras de Pendleton Ward, Historias corrientes de J. G. Quintel o Bob Esponja de Stephen Hillenburg.

BOB ESPONJA, UN HÉROE FUERA DEL AGUA.

Dirección: Paul Tibbit.

Intérpretes: Antonio Banderas.

Animación.

Género: comedia. Estados Unidos, 2015.

Duración: 93 minutos.

Biólogo marino a la par que animador, Hillenburg ha creado, con Bob Esponja y su universo de Fondo de Bikini, una mitología realmente poderosa, que sabe combinar simulacro de ingenuidad y distancia irónica para convocar, en un mismo embeleso, a niños y adultos frente a una serie que, en lo estético, tiene la habilidad de puntuar su animación limitada con frecuentes hallazgos de animación orgánica y realmente imaginativa (como muestra, las salidas reptantes de la cama del personaje principal cuando le suena el despertador). Paradigma del precario idiota (y feliz de serlo), sujeto sojuzgado por el trabajo basura peros siempre dispuesto a loar las virtudes del capitalismo y de su explotador particular (el señor Cangrejo), Bob Esponja es, también, todo un icono a la medida de los tiempos.

Si en Bob Esponja, la película (2004), Stephen Hillenburg y Mark Osborne tomaron la razonable decisión de implicar a sus personajes en algo parecido a una aventura épica –el modelo de relato que no cabría en un episodio convencional-, este segundo largometraje que ha dirigido Paul Tibbit –productor, guionista y ocasional realizador de la serie- propone un juego mucho más libre y radical. Bob Esponja, un héroe fuera del agua se abre en código de familiaridad: pese al gesto espectacular de reclutar a Antonio Banderas como pirata de carne y hueso –papel que en la serie encarna el doblador Tom Kenny-, el planteamiento de la acción parte de lo canónico –los rifirrafes con el malvado Plakton por la receta secreta de la Cangreburger-. Una feliz estrategia para, al rato, disparar la acción hacia el delirio, la invención incesante, el cruce genérico (del cine posapocalíptico al viaje en el tiempo y la mística interdimensional) e incluso la mutación formal, puesto que la película tantea diferentes formatos de animación –de la tradicional al collage, pasando por los trazos esquemáticos derivados de la animación publicitaria de los 50- hasta desembocar en un clímax donde los personajes, recreados en una muy corpórea y eficaz imagen de síntesis, emergen a la realidad física.

Banderas sabe transmitir a la perfección lo mucho que disfruta –y se despendola- cuando le toca en suerte un papel de comedia tan delirante como éste –o como los que le reserva Robert Rodríguez-, pero la larga y extenuante labor de los animadores parece movida por el mismo espíritu festivo. No hay aquí otra lógica que la de la risa, el desbordamiento imaginativo. El efecto, como tantas de las series televisivas mencionadas más arriba, se asemeja casi a una experiencia psicotrópica sin secuelas. En definitiva, Bob Esponja, un héroe fuera del agua es droga para toda la familia. Droga benéfica. Felicidad y exaltación puras, amplificadas en una gran pantalla.

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