Otto Carius, el último as de los ‘panzer’ de la II Guerra Mundial
Al tanquista alemán, fallecido el sábado a los 92 años, se le atribuye la destrucción de 150 blindados enemigos
El sargento Don Collier, ficticio protagonista de Fury (Corazones de acero) encarnado por Brad Pitt, y toda la tripulación de su Sherman, dormirían hoy más tranquilos. Ha muerto Otto Carius, el célebre tanquista alemán que fue uno de los mayores ases de los panzer de la II Guerra Mundial, con 150 blindados aliados —principalmente soviéticos— destruidos en su lista oficial.
Carius, uno de los pocos supervivientes de la élite del arma acorazada alemana, cuyo índice de bajas era altísimo, falleció el pasado sábado con 92 años en Herschweiler-Pettersheim, donde regentaba una farmacia, a la que le había puesto el nostálgico —para él, aunque seguramente desconcertante para los clientes— nombre de Tiger Apotheke.
Leyenda viva (hasta ahora) de la II Guerra Mundial, poseedor de la muy exclusiva Cruz de Caballero con hojas de roble, Carius era una fuente excepcional para los historiadores y sus memorias de combate, Tigres en el barro (Tiger im Schlamm, 1960, publicada en castellano en 2012 por Platea), constituyen uno de los testimonios personales más importantes de la guerra de blindados (aunque sus páginas no deparan precisamente buena literatura).
Es autor de
Junto a consideraciones tácticas, observaciones técnicas (la disposición original de la escotilla de la cúpula del Tiger favorecía que te volaran la cabeza) y descripciones de luchas devastadoras, hay anécdotas como que los tanquistas no se cambiaban a menudo de ropa interior o que estaba muy reglamentada la bajada del tanque a aliviarse, a causa de los francotiradores. Siempre existía el peligro de que te aplastara tu propio tanque si te descuidabas. A Carius casi le pasa al dormirse y caerse de la torreta.
Menos jaleados por la propaganda nazi que sus camaradas de la aviación y hoy menos conocidos del gran público que los ases del aire, los grandes tanquistas alemanes (de los que no hay que olvidar en estos días de Auschwitz que lucharon por un régimen asesino) protagonizaron episodios tremendos y mostraron a menudo, no puede negarse, un coraje extraordinario. Sin duda había que tenerlo para luchar en sus máquinas, que a menudo se convertían en ardientes ataúdes de acero dispensando una muerte atroz a los tripulantes. Otros de los grandes carristas alemanes la sufrieron, esa muerte, como el as de ases Kurt Knispel, al que se atribuyen casi 200 tanques destruidos, y que cayó cuando trataba de escapar de su King Tiger en llamas, o el más mítico de todos los tanquistas, Michael Wittmann, que en Villers Bocage, en Normandía, destruyó 27 blindados británicos ¡en menos de cinco minutos!, y fue cazado luego por un Sherman Firefly que hizo volar la torreta de su Tiger a varios metros; a Wittman se le reconoció por los dientes postizos. Más suerte tuvo el crac de los Panther Ernst Barkmann, que sobrevivió a la guerra, incluidas Kursk y las Ardenas, para devenir… bombero.
No parecía destinado a ser un héroe: fue rechazado dos veces por enclenque
Carius, de rostro aniñado y aspecto enclenque, no parecía destinado a convertirse en un héroe de guerra. De hecho, cuando se quiso alistar al empezar la guerra lo rechazaron dos veces por falta de peso. Aceptado al final en infantería en 1940, se pasó como voluntario a los panzer, algo que le había prohibido expresamente su padre, oficial en el Ejército. “Nunca me arrepentí”, escribe en sus memorias. Sus primeras experiencias bélicas las tuvo en la invasión de la URSS como cargador a bordo de un P-38 t de factura checa. En su libro anota la impresión que le causó el primer ruso muerto. La primera herida —metralla en la cara y dientes rotos— ya la sufrió en julio de 1941 al recibir su tanque un impacto de un contracarro ruso que le voló un brazo a su operador de radio.
Carius explicaba la fea sorpresa que se llevaron los alemanes al toparse con los primeros T-34, su acceso en 1943 a los Tiger, esos monstruos de 60 toneladas y cañón de 88mm, a los que veneraba (un capítulo del libro se titula Elogio al Tigre) y con los que despegó su carrera de tanquista, que llegó a su cénit en el 502º Batallón de Carros Pesados. El frente norte, con Leningrado y la sangrienta batalla de Narva son los principales escenarios de Tigres en el barro, por cuyas páginas atraviesan Model o el conde de los tanques graf Hyazinth (¡) Strachwitz. Carius fue alcanzado varias veces más, en su Tiger y, la ocasión más dramática, en una motocicleta cuando hacía un reconocimiento en una granja rusa: lo acribillaron, incluidas cuatro balas en la espalda, y un oficial soviético trató de rematarlo con otro tiro en el cuello. Tras restablecerse en un hospital, sirvió en un batallón de Jagtiger, el pesado cañón de asalto alemán, contra los estadounidenses (a los que denuesta como malos combatientes), en la Bolsa del Ruhr. Luego, en la defensa del Rin, se rindió a Estados Unidos.
Hombre con suerte, Carius no solo sobrevivió él sino que lo hicieron también su padre y hermano militares. De la popularidad de Carius da fe que uno de los modelos de la conocida firma de maquetas Tamiya es su Jagtiger personalizado. También hay un cómic japonés que traslada a las viñetas sus memorias.
Anticomunista furibundo y defensor a ultranza del “honor del soldado alemán”, al que consideraba vilipendiado tras la guerra (“lo dimos todo por Alemania”), Carius conservaba intacta su devoción por la Wehrmacht y los panzer (añoraba el “aroma de carro” a gasolina y aceite usado), y aseguraba que él había sido un soldado “apolítico”, que luchaba por la patria y los camaradas y no por el Gobierno y Hitler. Que —pese a las novelas de Sven Hassel— a alguien crítico con el régimen no le hubieran dejado conducir un Tiger es obvio, como lo es cuando lees sus memorias que Carius no fue un hombre muy sensible al horror de la guerra ni a las atrocidades que se veían por doquier en el frente del Este. En cambio se pone a llorar por la pérdida de “tres de mis fieles Tiger”: triste por tres Tigres, qué cosa.
En realidad, Carius habla muy ambiguamente de los oficiales del complot del 20 de julio, y le vemos conversar en su libro amigablemente con Himmler cuando este le impone la Cruz de Caballero. Es cierto que no aceptó su oferta de pasarse a las Waffen SS y que en un episodio en Vilna se declara “conmocionado” por la destrucción de los comercios judíos. También parece que, ya mayor, no toleraba las visitas a su farmacia —en la que hablaba amigablemente de tanques— a los que iban con afanes fachas o neonazis. De natural modesto, el viejo tanquista reconocía que en realidad no había destruido mucho más de un centenar de tanques. En fin, Tigres al barro, y polvo al polvo.
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