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CRÍTICA | NIGHTCRAWLER
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El carnaval de las tinieblas

Javier Ocaña
Jake Gyllenhaal, en un fotograma de 'Nightcrawler'.
Jake Gyllenhaal, en un fotograma de 'Nightcrawler'.

El señor y la señora América, aquel concepto de Billy Wilder expuesto en la insigne El gran carnaval (1951), con el que se bautizaba a la masa que se alimenta de carroña social a través de los medios de comunicación, han parido un nuevo hijo: un don nadie dispuesto a todo, producto de los tiempos de Internet como curso de formación vital, como mercader de la autoayuda, un reptil de la noche, un trabajador por cuenta propia que se comería a su madre con tal de vender un reportaje de 200 dólares. Nightcrawler, estimulante película de debut del hasta ahora guionista Dan Gilroy, hermano menor de Tony, director de Michael Clayton, es un viaje al fin de la noche comandado por un sociópata del siglo XXI que quizá no sea más que un vendedor de crecepelo del XIX, el hijo bastardo del periodismo ciudadano entendido como curso online de fontanería casera, “un mísero, legañoso, pulgoso, aterido, que ha acabado aquí perseguido por el hambre”, que diría Céline.

Gilroy, guionista y director, ha creado un personaje apasionante al que Jake Gyllenhaal pone rostro demente, ademanes peligrosamente suaves y una cadencia en los diálogos que, literal, aterran. Como en el Taxi driver de Martin Scorsese, Paul Schrader y Robert De Niro, película con la que Nightcrawler tiene variados paralelismos, quizá demasiados, es una criatura solitaria que sólo quiere trabajar, “en donde sea y a la hora que sea”. Gilroy ha intentado crear el Network de las noticias de sucesos en los canales de televisión locales y, con la sensacional ayuda de Robert Elswit, director de fotografía habitual de Paul Thomas Anderson, casi lo consigue.

NIGHTCRAWLER

Dirección: Dan Gilroy.

Intérpretes: Jake Gyllenhaal, Rene Russo, Riz Ahmed, Bill Paxton, Kevin Rahm, Marco Rodríguez.

Género: drama. EE UU, 2014.

Duración: 113 minutos.

Casi, porque la fascinante atmósfera, el inquietante personaje, el escrupuloso mantenimiento del punto de vista y los insólitos toques de comedia negra, a los que también se agarraba la película de Sidney Lumet, no van acompañados de la irresistible complejidad de aquel guión de Paddy Chayefsky en el tratamiento del comprador de la noticia, no sólo la masa, que también, sino sobre todo el cargo periodístico dispuesto a dar basura y sangre, aun a costa de cualquier rigor. Y aquí el personaje de Rene Russo queda dibujado, sin más, por el miedo a perder el trabajo más que por las ansias de gloria, lo que, aun siendo signo de los tiempos, queda algo superficial.

En Taxi driver había un discurso posVietnam y una aguda reflexión sobre la sociedad como ente; aquí hay un fantástico personaje que trasciende en menor medida. Eso sí, el tamaño de las películas con las que el crítico se ve obligado a comparar a Nightcrawler, candidata al Oscar al mejor guión original, ya da una idea de la importancia de la propuesta de Gilroy, cuidadísima desde el primer instante, con ese vampiro de la noche que chupa la sangre a la sociedad porque ésta quizá le ha obligado a alimentarse de ella, hasta el muy simbólico último plano, junto a los créditos, presidido por una luna llena que alumbra la salida nocturna de los licántropos como él.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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