Los peligrosos libros de un lector voraz
Juan Tallón, escritor y periodista, publica su autobiografía literaria
Sostiene Juan Tallón (Vilardebós, Ourense, 1975) que un libro no tiene por qué ser bueno para que sea importante en la vida del lector. “Basta que te coja en calzoncillos, por sorpresa, y que te doblegue”, escribe en las primeras páginas de Libros peligrosos (Larousse, 2014), su cuarto volumen publicado y el primero que escribe directamentr en castellano. La sala atestada de la librería Tipos Infames de Madrid, donde lo presentó, y las carcajadas del público que puntearon la conversación pusieron de relieve que este escritor y periodista cuenta con un buen número de seguidores, enganchados a su humor y a su soltura.
Tallón ha cubierto festivales de cine, partidos de fútbol y crónica política gallega. También pasó una temporada escribiendo discursos para Francisco Caamaño cuando ocupaba la cartera de ministro de Justicia durante el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero. Su pasado de reportero entronca con la tradición de novelistas gallegos que arrancaron en la prensa. Él cita a Cunqueiro, a Camba y, entre lo más recientes, a Manuel Rivas y Manuel Jabois. En la actualidad, Tallón trabaja para la Cadena Ser, para la revista Jot Down y El Progreso de Lugo.
Durante su visita a Madrid el autor comparece en la entrevista con vaqueros, camisa y un abrigo oscuro de lana. El forro está hecho con distintos trozos de raso en brillantes colores. De su último libro podría decirse algo parecido. Recibió el encargo de hacer una enciclopedia con 100 libros fundamentales, y empezó a hilar una trama:“Traté de generar ficciones en el texto, siguiendo la regla de que cada libro al que me refiero ha de tener una relación con el siguiente. En la literatura todo tiene que ver con todo, aunque haya que inventarlo”. Huyó de las listas y de los cánones. No quería hacer un trabajo “cara a la galería”. Lo convirtió en un asunto personal. Un libro de libros, algo más que lecturas comentadas. Ahora le gusta referirse al resultado final como a un curioso autorretrato.
“Debía ser un ensayo y yo quería que fuera una novela. Es una biografía, un repaso por las lecturas que me han traído hasta aquí. Un escritor es lo que ha leído y el orden en que lo haya leído acaba definiendo el estilo”, explica, antes de añadir que su viejo hábito de sucio lector, de emborronar los libros anotando lo que le llamaba la atención, resultó ser una sólida tabla de salvación. También el humor, el ritmo de conversación y su querencia por las anécdotas que rodean las biografías de los autores, el aceite con el que engrasa los saltos y comentarios que recorren las más de 300 páginas de su libro. “El personaje del escritor me genera atracción, aunque para entenderlo haya que salir de eso. El escritor también lo es cuando no escribe”, afirma.
Tallón creció en Vilardebós en la provincia de Orense. En su casa la enciclopedia era un “zanjador de debates”. Así que si se enzarzaba en una discusión con su hermana o su padre funcionario, la liza se saldaba con el inamovible peso enciclopédico. “Fuimos abandonando la enciclopedia porque no resolvía conflictos”, comenta socarrón. ¿Y sus lecturas, dónde arrancaron? Primero fueron los cómics y la biblioteca de los Jóvenes Castores hasta que se topó con Bret Easton Ellis. “Acaso el recuerdo más intenso, el cambio de paradigma. Encuentras a un autor que trabaja sobre un mundo que tiene que ver contigo”, recuerda. Aquel fue un encuentro con la página, más adelante llegó el cara a cara con un escritor. Dice que al primero que conoció fue a César Aira en un curso de verano en la UIMP de Santander.
De aquella amistad con el argentino y con su traductor al francés Michel Lafont surgió A pregunta perfecta, un libro sobre los tres fallidos encuentros de Aira con Bolaño, quienes finalmente nunca llegaron a conocerse. El váter de Onetti (Edhasa) es otro de sus títulos impulsado por la propia literatura como motor narrativo, una fase que da por terminada. Ahora trabaja en su próximo libro, aún no sabe si de ficción o no ficción, con sus habituales pausas constantes, sin rutinas, preferiblemente en una biblioteca municipal cercana a su casa. Al fin, como él escribió: “La vida no son sino detalles acumulados, siempre nimios, pero que situados en un contexto, y del derecho, hacen llevadera la existencia”.
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