El arte y la doctrina Adentro/Afuera
En el campo del arte las relaciones Cuba/EE UU han estado bailando una soterrada danza con sus particulares reglas del juego
El anuncio del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y EE UU es un paso histórico positivo que profetizaba el fugaz pero teatralizado y multimediático saludo entre Obama y Raúl Castro en el funeral de Mandela, que el artista Alexis Esquivel ironizó inmortalizándolo en su efímera pintura mural: Unforgettable, realizada en el CAAM en febrero pasado.
En el campo del arte estas relaciones han estado bailando una soterrada danza con sus particulares reglas del juego.
Gran parte de la vanguardia del arte cubano asumió el proceso revolucionario en los sesenta como un socializado paso natural ante el régimen batistiano. En cambio, tras la imposición paulatina de la comunista dictadura del proletariado, todo lo burgués tuvo “tufo capitalista”, y el deje manierista de dicha vanguardia se embarró de esta pestilencia.
Unos pocos abandonaron Cuba: Mario Carreño, Zilia Sánchez, Carmen Herrera, Agustín Fernández; otros no regresaron: Agustín Cárdenas, Acosta León y Wifredo Lam (quien sí lo hizo 25 años después). En la isla quedó gran parte de la primera y utópica vanguardia: Gelabert, Eduardo Abela, René Portocarrero, Mariano Rodríguez, Amelia Peláez, José Milián, Servando Cabrera, Raúl Martínez o los integrantes del Grupo de los Once. Todos ellos fueron silenciados por el apabullante arrastre iconográfico de la nueva fotografía cubana, catalogada como “el arte verdadero de la revolución” pues captaba la realidad cambiante del país.
Desde entonces, nuestra cultura visual se dividió en un adentro/afuera.
El exilio idolatró una nostálgica cultura cubana prerrevolucionaria, que dio sus primeros frutos entrados los ochenta destacando a Julio Larraz, Luis C. Azaceta, Carlos Alfonso, Manuel Pardo, Gladys Triana, Tony Labat, Ana Mendieta, Abelardo Morell, César Trasovares o Félix González Torres. Tuvieron su contrapartida en los primeros egresados de estudios superiores de La Habana, en el llamado renacimiento cubano. Apoyado desde el Centro Wifredo Lam y la Bienal de La Habana (surgida en 1984), fueron catapultados a escala internacional. De ahí salieron figuras como José Bedia, Flavio Garciandía, Marta María Pérez, Gustavo Acosta, Carlos A. García, Tomás Sánchez o Ricardo Brey, quienes, tras el Periodo Especial emigraron a México, España y EE UU, por las dificultades para desarrollar su obra, dada la ultrapolitización de la cultura y los motivos económicos.
Esa migración tuvo su cúspide en el “verano caliente” de 1994 (año de la quinta bienal), cuya estampida causó un vacío, por lo que la política cultural revisó sus postulados. En vista de que “la revolución estaba perdiendo a sus mejores hijos”, abrieron puertas a una migración flexible, de largas estancias y dobles residencias.
Así surgió un arte cubano “con patente de corso”, como le llaman desde el exilio. Hablo de la generación de Pedro Álvarez, Belkis Ayón, Carlos Garaicoa, Raúl Cordero, Tania Bruguera, Los Carpinteros, Luis Gómez, José A. Toirac, Ernesto Leal, René Peña, J. A. Vincench, Sandra Ceballos o Ezequiel Suárez. Estos dos últimos, como respuesta a la censura oficialista cubana, crean en su casa un proyecto performático de galería (Espacio Aglutinador) que abre una brecha entre ese Adentro/Afuera trayendo a exhibir a Ernesto Pujol o Coco Fusco.
Las Becas Cintas premian, por su parte, en EE UU al arte cubano del exilio, que cuenta a su vez con el apoyo de colecciones tan potentes como los De la Cruz y los Berezdivin, y en Cuba, con la cobertura europea de la Fundación Ludwig, o el respaldo de la Fundación CiFO y la Farber Collection.
La Ley Torrichelli y la Helms-Burton minaron el despliegue del arte cubano en territorio estadounidense. Sin embargo, en las bienales de La Habana, coleccionistas, comisarios, críticos y directores de museos estadounidenses aterrizan en la ciudad para husmear qué se cuece.
Algunos buscaron residencia en España —“territorio neutral”—, como Carlos Quintana, Alexander Arrechea, Armando Mariño, Carlos Garaicoa, Wifredo Prieto, Glenda León o Alexis Esquivel. Y el exilio aupó artistas que no rememoran su herencia cubana: Teresita Fernández, Jorge Pardo, Enrique Martínez Celaya. Por todo ello, cabe concluir que la cultura visual cubana, de un lado u otro, es una “historia de individualidades paralelas” que han aprendido a vivir con las diferencias de sus Gobiernos, hagan (o no) un gesto para la historia.
Omar-Pascual Castillo (La Habana, 1971) es director del CAAM.
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