Una noche para una diva en el Real
El coliseo madrileño rinde homenaje a Montserrat Caballé con una gran gala de emociones y recuerdos
Se hace la oscuridad en el Teatro Real y una pantalla se despliega sobre el escenario. La voz de Montserrat Caballé vuelve desde un vídeo de 1967 al mismo escenario sobe el que cantó entonces, entonando un Vivaldi que llena cada voluta dorada de los palcos de una sonoridad de torrente cristalino. Caballé es historia viva del canto, y por eso el Teatro Real le rinde homenaje mientras ella observa desde uno de los palcos laterales. Termina la grabación y el público asistente no se lo piensa. Solo con haber visto un vídeo el coliseo se pone en pie para rendir tributo a la soprano catalana que paseó la música en nombre de España por todo el mundo.
Seis sopranos se ponen frente a Caballé para cantar ante una maestra, una persona que definen como generosa y exquisita, una mujer que encarna el mejor belcanto romántico que firmaron en su día Bellini, Rossini y Donizetti. Abre el recital en honor de esta artista de 81 años la soberbia Mariella Devia. Con interpretación cuidada y una alta expresividad, la soprano busca con la mirada un horizonte que se le escapa mientras desgrana las notas acuáticas de la Anna Bolena de Donizetti. En este recital se repasan los autores que encandilaron a Caballé, aquellos que hicieron de ella una estrella mundial y que consiguieron sacar lo mejor de su voz. Le sucede en el escenario Jessica Nuccio con un fluido Sempre libera de La Traviata verdiana. Pasamos del sobrio azul con encaje de Devia a la exuberancia del personaje de Verdi: escote, rojo pasión, brillo y pedrería. Con una versión picada del aria, Nuccio desgrana suavidad en los melismas y juega con el chelo que le da la respuesta masculina hasta alcanzar la última nota, el punto culminante con el que Verdi y la propia Caballé pusieron los vellos de punta a medio mundo.
Más dramatismo pone en escena Irina Churilova, que se encarga del torrente agónico de La Forza del Destino. Su canto clásico y sereno, refinado y controlado, se lleva una buena tanda de aplausos ante un canto quizá menos exuberante pero preciso hasta el último detalle. Y llega la emoción, la que da la sangre. Porque sube a las tablas Montserrat Martí, la hija de Caballé y que interpreta una rareza: la Louise de Charpentier. Quizá no sea la mejor voz de la noche, pero su sonrisa lo dice todo: que la mujer por la que hoy canta es la que le dio la vida y el amor a la música.
Para cerrar la primera parte, se alternan en el escenario Ángeles Blancas y Ann Petersen. Repertorio germánico para las dos, que va de la desconcertante armonía compleja y sobrenatural de la Salomé de Strauss a una muerte de amor de Isolda que con un canto muy canónico resucita esa vertiente de la Caballé que se atrevió con los grandes pasajes de Wagner.
Para la segunda parte, las cantantes echan el resto. Churilova borda una emocionante versión de Madama Butterfly, Nuccio se crece en la tristeza de una despedida vibrante de Violetta en La Traviata y Devia demuestra que tiene aún mucho camino por delante hacia la gloria con una interpretación de Il Pirata que enloquece al patio de butacas. En esta noche, los grandes ausentes están presentes, aunque sea en formato audiovisual. Y desde la pantalla mandan cariño a la soprano catalana José Carreras, Plácido Domingo y Renée Fleming.
Cuando acaban las cantantes, algo queda por cerrar en el homenaje. Y lo que se echa de menos aparece en formato de vídeo: Casta Diva de Norma en la voz de Caballé sirve de preludio para que la soprano vuelva a subirse a las tablas. Entre risas y con una muleta –“tengo que sentarme o me caeré”, dice la soprano- recuerda a los que la han acompañado en esta aventura de seis décadas. Seis décadas que aún no han acabado: “les prometo que en cuanto pueda volver a caminar volveré a Madrid y cantaré un recital para ustedes”.
Babelia
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