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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Como mucho, broma entre amigos

Con el altavoz de la prensa, la doctrina de "los modelos vivos" reaparece cada vez que un archivero ve en un legajo un Quijano

Conoció una época de privanza la doctrina de los “modelos vivos” de don Quijote y su comparsa. De acuerdo con ella, Cervantes, a menudo, “tomaba de la realidad los sujetos” que protagonizan sus obras, sin siquiera “mudarles los nombres con que habían andado o andaban por el mundo” (Rodríguez Marín). Por entonces, la atención de los estudiosos se fijó en especial en cierto Alonso Quijada que era primo lejano de la mujer de Cervantes, vecino de Esquivias, el pueblo de esta, donde el escritor pasó largas temporadas y, como don Quijote, presumía de descender del noble caballero errante Gutierre Quijada.

Hoy, con el altavoz de la prensa, la tal doctrina reaparece cada vez que un benemérito archivero local se tropieza en un legajo con un Quijano, un Panza o un cura de nombre Pero Pérez, y, deslumbrado, no se contenta con señalar una coincidencia que ilustra el ambiente verista del Quijote, sino que concibe una nueva teoría sobre la génesis del ingenioso hidalgo.

Ninguna merece el trabajo de refutarla ni, en nuestro caso, notar por ejemplo que nada en los documentos ahora alegados indica que el Acuña de marras fuera en ninguna manera equipado al modo pintoresco de don Quijote ni advertir que Villaseñor era un apellido común en la Mancha.

Pues bien, claro está que ni tan genial, tan “raro inventor” como Cervantes crea de la nada: parte necesariamente de la observación y las sugerencias del entorno que le es familiar, para elaborarlo a capricho y a conveniencia. No hay impedimento para conjeturar que Cervantes, a conciencia o no, recordó en alguna medida el nombre o cualquier otra circunstancia del Alonso Quijada de Esquivias, ni hay nada malo en preguntarse si no introduciría alguna alusión a él. Pero, si lo hizo, se quedó en una broma entre amigos (o enemigos), sin consecuencias para el lector. Pues incluso si aparecieran testimonios indudables de que “un Quijada, Quesada o Quijano fue verdaderamente un loco de remate conocido de Cervantes, difícilmente esos documentos podrían descubrirnos algo quijotesco de ese pobre loco” (Ramón Menéndez Pidal). Dígase lo mismo de cualquier otro “modelo vivo”.

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