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crítica | 20.000 días en la Tierra
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Entre lo ‘cool’ y lo chanante

Nick Cave, conduciendo, y Blixa Bargeld, en '20.000 días en la Tierra'.
Nick Cave, conduciendo, y Blixa Bargeld, en '20.000 días en la Tierra'.

Tras amanecer con su compañera sentimental con el rostro estratégicamente fuera de campo y formular una enérgica reflexión sobre su proceso creativo, pautada por el tecleo de una máquina de escribir, Nick Cave sube a su coche y enciende la radio. Suenan los primeros acordes de Can’t get you outta my head, de Kylie Minogue, y la estrella apaga el receptor con un sutil y calculado gesto de estoico fastidio, con el que consigue despertar las primeras sonrisas cómplices en la platea. En esta introducción están todas las claves del poder de seducción de 20.000 días en la Tierra, pero también la alerta de sus peligros. El retrato (o el autorretrato) de Nick Cave que han confeccionado Iain Forsyth y Jane Pollard es rabiosamente original y esquiva los automatismos del documental rock bajo la piel de la docuficción. También es un ejercicio de narcisismo, donde Cave se construye un traje mítico a medida, apropiándose de cierta distancia irónica jarmushiana, que cristaliza en ese microgesto de fastidio.

20.000 DÍAS EN LA TIERRA

Dirección: Iain Forsyth y Jane Pollard.

Intérpretes: Nick Cave, Warren Ellis, Ray Winstone, Kylie Minogue.

Género: docuficción rock. Reino Unido, 2014.

Duración: 97 minutos.

Avanzado el metraje, Minogue —que contribuyó, con su voz, a uno de los más sonados éxitos de Cave— se sienta en el coche de este y ambos conversan. Es un dispositivo narrativo que la película usa reiteradamente —con el actor Ray Winstone y el músico Blixa Bargeld como interlocutores—, pero que aquí subraya la descomunal distancia entre los dos mundos encerrados en ese vehículo en marcha, quizá porque el planeta Cave necesita de un solo habitante. A través de conversaciones con su psiquiatra y visitas a los archivos de un museo Cave que parece una fortaleza forense, el artista esculpe la imagen de sí mismo que quiere inmortalizar, con agudas reminiscencias de pasadas adicciones, recuerdos de la figura paterna e insistentes apuntes sobre la coherencia de su obra y su enraizamiento en la memoria personal. El resultado es tan cool como levemente chanante, para entendernos.

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