Un virus ya conocido

El hecho de que las sagas cinematográficas tengan como principal objetivo la comercialidad y no suelan mirar hacia la creatividad, hacia la inmersión en una historia y estilo ya conocidos para, inmersos en una nueva oportunidad, seguir indagando en nuevos caminos alrededor de su esencia, provoca que cuando parecen estar llegando a su final por un languidecimiento continuo sólo haya dos posibilidades de actuación: centrarse en el músculo que las vio nacer y no arriesgar lo más mínimo, o tirar la casa por la ventana con una locura creativa que rompa esquemas y a ver qué pasa. En [REC]4: Apocalipsis, Jaume Balagueró, uno de sus dos padres, y los responsables de producción han elegido sin duda alguna la primera opción.

El sentido del humor empequeñece y muchos actores no son ni creíbles

La fuerza en la puesta en escena, el montaje y el crescendo en el cine de Balagueró es innegable, y a ellos fía el director toda su película, rodada esta vez en un barco, con la resurrección para la saga del personaje de la reportera televisiva interpretada por Manuela Velasco. En la primera entrega había un concepto nuevo, más o menos inspirado en otros como el de El proyecto de la Bruja de Blair, pero con poder intimidatorio, tratamiento insólito de la cámara y el punto de vista e infinitas dosis de garra. Tantas, que la niña Medeiros forma parte desde entonces del imaginario del cine de terror, que ha copiado y requetecopiado su fórmula. Ahora, en cambio, apenas hay una secuencia para el recuerdo: la del mono y el cocinero filipino, de abundante mala baba.

Con evidentes reminiscencias de La cosa, sobre todo en el tratamiento del aislamiento médico, pero también en los efectos especiales de transformación al contraer el virus, y un sentido del humor muy empequeñecido respecto de la tercera entrega, la dirigida en solitario por el cocreador de la serie, Paco Plaza, la película, además, decae en otro aspecto: a pesar de que en este tipo de producto las interpretaciones sean casi lo de menos, salvo María Alfonsa Rosso, Héctor Colomé y, en menor medida, Velasco, los intérpretes, desde los secundarios de peso hasta los que apenas dicen una frase, no aciertan a conjugar naturalidad y dicción, fuerza y credibilidad. El fanático de la saga encontrará territorio conocido. El resto, más de lo mismo.