“Cada muletazo que pegaba daba para hacer el cartel de una corrida”
Miles de personas despiden a José María Manzanares en la Plaza de Toros de Alicante
“Cada muletazo que pegaba daba para hacer un cartel de corrida, era un artista capaz de alcanzar lo más exquisito”, decía a las puertas de la plaza de Toros de Alicante Alfredo Bernabeu, un novillero con picador alicantino que se prepara en Cádiz para dar el gran salto a las plazas de renombre. Como él, bajo un sol castigador, unas 300 personas recibían con aplausos y al grito de “torero” el féretro del maestro José María Manzanares.
Pocos aficionados al toreo en Alicante han querido perderse el último adiós a Manzanares. En solo una hora, no menos de 2.000 personas presentaron sus respetos a la familia de un grande de la tauromaquia en una inusual capilla ardiente montada a petición de la familia dentro del coso alicantino. Hubo abonados a Las Ventas (Madrid) que incluso cogieron el AVE de la mañana para asistir al último adiós de Manzanares. La opinión de la afición era unánime sobre quien sentían como un fenómeno del toreo local y universal: “Al lado de él, pocos habían. Era un grande, le perdonabas cualquier tarde mala que pudiera tener”, aseguraba Juan Rodríguez, alicantino de 67 años.
Dentro, acompañados de matadores como Pepín Liria o Aníbal Ruíz, la familia de José María Manzanares y sus cuatro hijos lloraban deshechos por la desaparición repentina. Su hijo y matador, también José María, no llevaba ni dos horas en México donde llegó para torear en La Monumental del Distrito Federal cuando recibió la noticia. A él, lloroso como el día que le cortó la coleta a su padre en la Real Maestranza, se abrazaba la vieja cuadrilla del viejo matador en un ambiente de flores blancas y solemnidad torera.
Fiel a la idiosincrasia del mundo del toro, los detalles resplandecían. En la puerta grande de la plaza, una foto de un joven Manzanares en su momento más dulce coronaba un féretro cubierto con el capote de paseo que llevó en su alternativa, el mismo que lució su hijo muchos años después cuando tomó la suya. Apenas hubo tiempo de palabras, solo de miradas y abrazos por alguien que se fue sorpresivamente por cuestiones cardiológicas, que gozaba de un retiro en una finca de Cáceres en la que siguió viviendo para el toro y entrenando como un deportista que disfruta del cuidado de su cuerpo con el simple objetivo de mantenerse sano.
Miguel Martínez, Miguelillo, sudaba para contener las lágrimas por alguien a quien ciñó en el traje de luces infinidad de veces en España, Francia o en muchos países americanos. “Tenía unas hechuras de torero que daba igual el traje”, recordaba alternando la tristeza con la sonrisa cuando habla de un viaje que hizo del tirón desde la plaza de Málaga hasta la de Nimes (Francia): “Llegamos con la corrida empezada, nos metimos para dentro corriendo y no le deje ni un segundo de liturgia, daba igual, a él el traje siempre le quedaba bien”.
“José María ha llenado una página de oro del toreo. Sería un error pensar o escoger una tarde de gloria de Manzanares en cualquier plaza, daba igual: eran sus matices, sus detalles, sus gestos, mirarle bastaba”, ahondaba quien compartió con él muchas tardes frente a los astados, el matador Juan Antonio Esplá –hermano de Luis Francisco, el torero que con Manzanares forma la dupla de maestros de la tauromaquia alicantina-.
El silencio en el coso alicantino durará hasta las diez de la noche de este miércoles 29 de octubre, momento en el que la capilla ardiente se cerrará hasta las diez de la mañana del jueves, cuando una comitiva lleve el féretro del maestro torero hasta la concatedral de San Nicolás. Posteriormente, la familia enterrará al padre en la intimidad en el panteón familiar.
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