Anita Cerquetti, una soprano envuelta en la leyenda
Muchos especialistas la consideran la mejor voz verdiana femenina del siglo XX, aunque apenas dejó grabaciones
La soprano dramática italiana Anita Cerquetti murió en Perugia el pasado día 11 a la edad de 83, estando al cuidado de una sobrina por su delicado estado de salud. Había nacido en Montecosaro (Macerata) el 13 de abril de 1931 y en apenas 10 años de carrera se consagró como una leyenda y una de las mejores sopranos de todos los tiempos; en 10 años, hizo más de 200 representaciones de los más exigentes títulos, pero su fama despega mediáticamente cuando en 1958 sustituye a Maria Callas en una Norma en el Teatro de la Ópera de Roma, dirigiendo Gabriele Santini, que había contribuido antes a lanzarla con Francesco Siciliani. Anita había estudiado primero violín ocho años con Luigi Mori, de donde pasó al conservatorio de Perugia. A los 16 años cantó el Ave Maria en la boda de un pariente en Citta di Castello y un desconocido se le acercó y le dijo: “¿Sabe que hay un tesoro en su garganta?”, era un maestro del Liceo Morlacchi, donde fue admitida en la clase del tercer nivel del maestro Zeetti. Con 18 años cantó en un concierto allí mismo (donde se había mudado con su familia), arias del Fausto (Gounod), Verdi y Puccini. A los 19 años gana el concurso del Teatro Experimental Belli, y gracias a esto, en 1951 debutó en Spoleto con Aída, de donde pasó a Florencia en 1956 para cantar la Zoraima de la versión italiana de Los abencerrajes (Cherubini) dirigida por Carlo Maria Giulini; en 1957 reafirmó su peso vocal con una Elvira de Ernani dirigida por Dimitri Mitropoulos.
Calificada casi con unanimidad la más grande voz verdiana del siglo XX, en 1958 debutó en el Teatro alla Scala de Milán como la Abigail de Nabucco (Verdi) para inmediatamente hacer una serie de retrasmisiones de la RAI de grandes títulos del repertorio. El reemplazo de Callas tuvo tientes de frenética aventura. A la vez, Cerquetti estaba cantando Norma en el Teatro San Carlos de Nápoles, y viajó frenéticamente entre las dos ciudades para que no se suspendiera ninguna representación, y se cuenta que este intenso ritmo fue una de las causas de su repentina e irreversible declinación vocal, a la que se unió la repentina muerte de su maestro de cabecera, Mario Rossini y antes de su padre, y por fin el nacimiento de su única hija, aunque aún prevalece un cierto misterio en su final de carrera.
Paolo Isotta en su obituario de estos días escribió “me temo que el nombre de Anita Cerquetti hoy diga poco a casi todos. Nos toca a nosotros establecer la verdad”. Y taxativo continúa expresando que Cerquetti ha sido la más grande desde 1945 a la actualidad, una soprano dramática de gran agilidad, dicción prístina, dominio de la coloratura nunca visto, expresiva nota a nota, con un timbre y extensión de fábula. Luchino Visconti la selecciona para que su voz aparezca en el filme Senso, para lo que graba especialmente en Roma en enero de 1954 acompañada por Gino Penno dos fragmentos de El trovador: D’amor sull’ali rosse y Miserere.
Solamente existen dos grabaciones oficiales en Decca de Cerquetti, un recital de arias y La Gioconda con Mario del Monaco, pero desde hace años circula el registro pirata de su Aída de México (1958) y otra Norma de Roma. Lanfranco Rasponi en su indispensable libro The last prima donnas (1982) la cita prolijamente y la entrevista, y su carrera se desgrana en el volumen de Elio Trovato Umiltà e fierezza. En América debutó en 1955 en la Ópera de Chicago con Un ballo in maschera con el mítico Jussi Björling y Tulio Serafin en el podio. En 1958 hizo una extensa gira por Palermo, L’Scala, México, Filadelfia y que terminó los meses de noviembre y diciembre en Barcelona con una triunfante Norma junto al tenor Mirto Picchi. Casi al final, hizo dos conciertos en L’Scala incluyendo el Stabat Mater de Rossini. Su último concierto de gala fue en el Concertgebouw de Amsterdam y su última aparición escénica un Un ballo in maschera en Lucca en septiembre de 1960. En 1994 y 1996 apareció en dos filmes documentales, de Werner Schroeter y Jan Schmidt-Garre, respectivamente. En una entrevista dijo: “Siento una gran tristeza viendo el hundimiento del barco operístico, se hunde, se hunde”.
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