Filosofía de ‘Ultramar’
David Otero, El Pescao, saca su segundo disco después de un año al otro lado del Atlántico
Prejuicios fuera. David Otero, antes guitarrista de El Canto del Loco, ahora El Pescao, tiene un pasado profesional que induce a las ideas preconcebidas —que se suavizan y desaparecen tras un rato—. Pies en la tierra, una familia que empezó a formarse cuando tenía 26 años, un cuidado extremo con el posible éxito, y ante el también posible fracaso. Ahora, este joven que conserva la melena desde hace más de diez años, saca su segundo disco, Ultramar, después del álbum en 2010, Nada Lógico, que vendió más de 30.000 copias. Este último trabajo es fruto de varias decisiones, entre ellas y quizás la más importante, la de moverse con todos los trastos un año a Buenos Aires. “Puede que ese viaje me haya hecho compensar más la balanza hacia el valiente que hacia el cagao. Porque estaba ahí, ahí… No fue fácil tomar la decisión”, cuenta Otero mientras su mujer y manager, Marina Roveta, lo mira desde el otro lado de la mesa por encima del portátil en el que escribe con un aire divertido.
Puede que el viaje a Buenos Aires me haya hecho compensar más la balanza hacia el valiente que hacia el cagao
Tras dos años de gira, en enero de 2012, David Otero, su mujer y su hija Luna, cogieron una furgoneta y se fueron a Nueva Zelanda; el siguiente destino, en diciembre de ese mismo año, fue Buenos Aires. “Moverse de la zona de confort y mutar es cuestión de voluntad. En aquel momento alguien de la industria me preguntó dónde iba en ese momento que la cosa estaba caliente, que el anterior disco estaba funcionando… Yo no quería correr. Quería y quiero pararme y hacer mis canciones. Sin prisas”, explica el guitarrista.
Allí, al otro lado del Atlántico, David Otero creó su nuevo álbum y tomó una decisión. Las multinacionales quedaban fuera de su trabajo. Y él mismo produciría Ultramar. “Por suerte pude ahorrar y saltar a ese abismo”, se ríe Otero. El diseño, la fotografía, los videoclips, los arreglos… Ultramar le ha costado a su creador alrededor de 50.000 euros: “Hay gente que quiere comprarse un coche de gama alta, yo preferí hacer un disco”. Y entonces llegó Max Dingel –productor de The Killers, Muse y White Lies, entre otros-: “Le envié 20 maquetas. Me llamó preguntándome si lo había hecho solo. Le dije que sí y me contestó ‘vamos a buscar fecha para hacer el disco’”. El hijo del productor estaba a punto de nacer, así que David Otero se mudó a Londres el pasado febrero tras varias conversaciones por Skype y una cita profesional en la capital del Reino Unido.
Azul y blanco es el primer single de Ultramar.
En el barrio St. John’s Wood de Londres, en un apartamento que parecía haber sido decorado en los años 70, grabó David Otero el disco. “E hicimos el arte. Todo entre Rafa Pavón y yo, él se vino un tiempo para ver el proceso y saber qué hacía falta”. El logo de Ultramar lo hizo el guitarrista, “sin pensar, sin más”; y el resto salió de un maremágnum de 300 fotografías hechas con Instax e ilustradas después por Juan Díaz Faes. Personal, propio e íntimo. Otero ni siquiera quiere poner etiquetas a su música. Las paredes de su piso en Alcobendas acogen desde Serge Gainsbourg hasta Lagarto Amarillo, “cada lunes me acerco a la Fnac y compro todo lo nuevo que haya salido de la música que normalmente escucho, hay que ayudar a los compañeros”.
Algo que cumple de manera casi religiosa. El compañerismo. Siempre habla en plural: su manager, la compañía que le hace la comunicación, el marketing, la empresa de contratación. Unas cien personas que se mueven alrededor y que, según él, son parte de su familia. Incluso sus fans, a los que, entre cuatro canciones, propuso elegir el tema número 11 del disco y que finalmente, fue el primer single, Azul y blanco. “Todo bastante normal, si me dan mañana un millón de euros me compraría la Play Station 4 y un Mini a mi mujer. No sabría qué hacer con lo demás sino ahorrar para cuando mi hija crezca”.
David Otero es alguien que, después de llegar al número 1 en iTunes piensa “no te comas la olla, es magnífico, pero mañana bajarás”; alguien que se convence a sí mismo de tener los pies en el suelo; que contesta cada mensaje de Facebook y Twitter; que nunca ha pensado en la fama como futuro, sino como una circunstancia colateral de poder vivir de lo que ama hacer. “La familia, enfocar lo que llega, no caer en lo fácil, implicarse”, apunta Otero. De esa filosofía ha nacido su disco, una mezcla de estilos que es difícil encajar con un nombre: “Puede parecer que no tiene concordancia, una mezcla de locuras absoluta, pero la tienen”. Desde el beat hasta pop de los 80, música atmosférica y alguna nota del tango argentino. Eso es Ultramar. Sin pretensiones.
Los próximos conciertos serán en Barcelona y Valencia, el viernes 24 y el sábado 25 de octubre.
Un día en Buenos Aires
“Me levantaba a las 7.20, despertaba a mi hija, desayunábamos, nos vestíamos y nos íbamos al colegio en el coche. Al volver de ahí pasaba por un Starbucks que hay debajo de un puente al lado de los bosques del barrio de Palermo. Llegaba a casa, dejaba el coche, cogía la bicicleta y me iba hacia mi estudio. Muy rápido porque llevaba el portátil en la mochilo y no quería que me atracaran.
Durante toda la mañana me ponía a buscar melodías y acordes, cuando llegaban las dos del mediodía, y si tenía algo que me gustara, me lo grababa en el teléfono y me iba por la calle escuchándolo. Normalmente iba a comer a un restaurante cerca de Palermo, con la canción en bucle y un cuaderno al lado. A veces escribía párrafos de un tirón, otras me bloqueaba y no me salía una sola frase; entonces me quitaba los cascos y ponía la oreja a ver qué hablaban quienes estaban a mi alrededor. Ahí empezaba el input, todo podía ser un input: carteles en la calle, una imagen, palabras que escuchaba. De repente veía una historia y me ponía a escribirla, estuviese donde estuviese. Por las calles salió así, encima del capó de un coche.
Después de comer, si tenía una estructura medio pensada volvía al estudio y grababa una maqueta; esos eran los días en los que llegaba a casa a las 12 de la noche. El día que no podía seguir, me volvía a casa sobre las 6 de la tarde, y merendaba con mi hija, paseábamos, jugábamos al fútbol, íbamos a ver a su abuela…”.
Babelia
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