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Una Cataluña de bolero

Dos autores reivindican su doble identidad española y catalana Sergio Gaspar novela un encuentro entre Cervantes y Pla Fernández Aguilà escribe una crónica melancólica

Manuel Cruz
Manifestación por la unidad de España en Barcelona.
Manifestación por la unidad de España en Barcelona.Gianluca Battista

El denominador común de los libros Un Fernandes entre banderas y Viento de tramontana es el ángulo desde el que examinan el procés que se está viviendo en Cataluña. Sus autores coinciden en plantear la efectiva posibilidad de ser y sentirse catalán y, simultáneamente, español. A nadie se le escapará que ésta es precisamente la perspectiva que el discurso soberanista se empeña en negar, obsesionado como se encuentra en abocar a la ciudadanía al excluyente dilema "o conmigo o contra mí". En Viento de tramontana, primera novela de Sergio Gaspar, se rechaza por medio de una estrategia ciertamente imaginativa, la de fabular un diálogo entre Josep Pla y Miguel de Cervantes, que da pie al autor para deslizar algunas preguntas, tan procedentes como inquietantes, acerca del presente y el futuro de los catalanes.

Un Fernandes entre banderas es, en cambio, una crónica, lúcida y conmovedora, de lo que viene ocurriendo en Cataluña desde hace ya unos años escrita por alguien, Ricardo Fernández Aguilà, a quien José Antonio Zarzalejos define en su prólogo como "la expresión más cabal del espíritu ciudadano de concordia y de síntesis conciliadora".

He utilizado para definir la naturaleza de este último texto el término "crónica" —y no, por ejemplo, "ensayo" u otro análogo— con el objeto de situar adecuadamente al posible lector. No se trata de que no se encuentren en sus páginas abundantes, y muy lúcidos, argumentos, sino de que todos ellos están al servicio de un propósito que va más allá de la mera persuasión racional. Ricardo Fernández contempla lo que está pasando en Cataluña con una mirada que —sin el menor ánimo de establecer comparaciones improcedentes— en algunos momentos recuerda la de Juan Marsé. Niño del barrio de Gracia como aquél, el autor de este Un Fernandes… asumió siempre la coexistencia de los dos hemisferios de su identidad (claramente expresados en el mestizaje de sus dos apellidos: estamos ante un charnego pata negra, en el supuesto de que la expresión no tenga algo de oxímoron) con una serena naturalidad, como muchísimos otros catalanes.

El libro intenta levantar acta o, mejor, elaborar una especie de crónica sentimental de Cataluña (por parafrasear el título del libro señero de Manuel Vázquez Montalbán). Es en todo caso una crónica inteligente y brillante, perspicaz y amable, aguda y tierna, pero sobre todo triste, muy triste. O, con más precisión, profundamente melancólica. Es la melancolía por lo que pudo haber sido y no fue, formulación cargada de bolero que gustaba de repetir el añorado MVM, a quien con tanta atención como pasión ha leído siempre Fernández. No se está hablando, quede claro, de algo que pasó fugazmente por delante de nosotros y se desvaneció en el aire sin que alcanzáramos ni a rozarlo con la punta de los dedos, sino de un proyecto colectivo de convivencia por el que mucha gente luchó y con el que se comprometió, peleó y dio la cara (alguna bofetada se llevó Fernández por ello), en el convencimiento de que constituía una manera hermosa y deseable de vivir juntos.

Como tantos catalanes, Fernández transita por las lenguas de su padre y de su madre creyéndolas propias por igual

En este momento, buena parte de los que apostaron por dicho proyecto, como el autor de este libro, se encuentran con que quienes, en los tiempos oscuros, declaraban estar en la misma trinchera (aunque luego en la práctica se les viera poco por el campo de batalla) y compartir los ideales de armonía, convivencia y respeto han pasado a considerar a sus antiguos compañeros de viaje casi como a unos extraños, estadio inmediatamente anterior a tratarlos, sin más, como extranjeros. ¿Significa esto que Un Fernandes ha de ser leído como la crónica del fracaso de una ilusión? Aunque pueda parecer que la realidad nos aboca a tal conclusión, Ricardo Fernández se resiste ferozmente a aceptarla. Entre otras cosas, porque no podría darse por vencido sin negarse a sí mismo. Porque no puede evitar sentir tan suyas a las gentes del Madrid de su padre como a las de la Barcelona de su madre, porque transita por las lenguas de ambos, como tantos otros catalanes, con absoluta fluidez y sintiendo por ellas idéntico amor, esto es, considerándolas por igual lenguas propias. Porque, en fin, entiende que estamos constituidos por emociones, sí, pero de muy diverso signo. Y probablemente, por cierto, no haya nada tan tóxico para una sociedad como un poder que pretenda dictaminar, por imperativo patriótico, que existen emociones que deben ser silenciadas y otras, ay, de obligado cumplimiento.

Termino con una propuesta. El día, esperemos que próximo, en que se derogue la infausta ley Wert y vuelva a impartirse Educación para la Ciudadanía en las aulas de nuestras escuelas e institutos, este Un Fernandes entre banderas debería ser en Cataluña libro de texto de la asignatura.

Un Fernandes entre banderas. Ricardo Fernández Aguilà. Prólogo de José Antonio Zarzalejos. Península. Barcelona, 2014. 181 páginas. 12,95 euros.

Viento de tramontana. Sergio Gaspar. Edhasa. Barcelona, 2014. 286 páginas. 14,10 euros.

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