Samper al aire
Coincidències es una asociación cultural barcelonesa que organiza funciones en patios y azoteas con el nombre de Terrats en Cultura
He visto teatro en pisos, en canteras, en parques, en antiguas carnicerías y bajo un puente, pero nunca, hasta ahora, en una azotea o un patio del Ensanche. Coincidències es una asociación cultural barcelonesa formada por Lola Armadàs, Isaias Fanlo y Anna Piferrer que organiza funciones en patios y azoteas con el nombre de Terrats en Cultura. Al aire libre, de primavera a otoño. Ante la falta de espacios, decidieron inventarlos y llevan un año presentando actuaciones musicales y teatrales, con una cincuentena de espectadores por sesión.
Tenía muchas ganas de ver una comedia de Marilia Samper (Brasil, 1974), autora y directora que se reveló con un hermoso drama, La sombra a mi lado (L’ombra al meu costat, 2012) en el TNC, porque sus textos en Facebook (breves, desaforados, autoflagelatorios) me parecen muy graciosos, un poco en la línea de Lena Dunham, y también a ella me recuerda Ana, el personaje central de Pequeños monstruos, una contrafigura (“escrita para reírme de mí”, dice), en la que Samper ha vertido sus obsesiones, sus miedos y su ácida visión del mundo, de modo que cuando me dijeron que se representaba en un patio corrí a verla.
Pequeños monstruos’ es teatro “de cercanías”, con los actores a cuatro pasos
La función, dirigida por Carles Fernández-Giua, nació en la Nau Ivanov, en el Grec 2013. Cuatro dramaturgos tenían que escribir una pieza breve y situarla en un espacio de la sala: Marilia Samper eligió la azotea. La tríada rectora de Coincidències estaba allí, haciendo honor a su nombre, y le pidieron que ampliara aquel episodio de 20 minutos. Ahora dura 40, con los mismos estupendos actores, Marta Aran, Vanessa Segura y David Vert, y la inesperada colaboración de un gato atigrado de gran presencia escénica.
Vi Pequeños monstruos el pasado viernes, en el patio de una casa particular, al atardecer. Precio módico (12 euros), cerveza incluida. Teatro “de cercanías”, con los actores a cuatro pasos. Complicidad instantánea del público, que se sabe convocado a algo diferente, algo cocinado por amor al arte, con el delicioso perfume de aquellas lejanas funciones de colonia estival que así despedían la buena estación.
Enseguida estallan las risas, a las que se suman las familias asomadas a los balcones cercanos. Ana, como el gato, se convierte en el instantáneo centro de atención. Ana, artista conceptual en la treintena que ha vuelto al hogar paterno, monstruo adornado con los mejores defectos, sería la novia ideal para Larry David. Es un auténtico grano en el culo (el de los otros, pero sobre todo el suyo) siempre con la frase inadecuada en el momento perfecto; la pata en la rueda, el Tabasco en la herida.
Si es difícil separar el personaje de Ana de la Marilia Samper humorista, también resulta complicado, tras la función, imaginarlo interpretado por otra actriz que no sea Vanessa Segura, notabilísima cómica: su perfil (eléctrico, malévolo, desamparado) es lo que en teatro se llama “una creación”. No digo que haga falta alargar Pequeños monstruos, porque cada obra tiene su formato, pero creo que en torno a esa criatura como motor de desastres (o salvaciones) podría surgir otra comedia, e incluso una serie, porque ocasiones para liarla no han de faltarle. Yo ya babeo ante episodios posibles: Ana parlamentaria, Ana en Kassel, Ana y los tontos del cool. Entretanto, Marilia Samper prepara, me cuenta, un Hamlet según Ofelia. Pobre Hamlet, la que se le viene encima.
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