Arturo Maccanti, en la estela de Pavese
El poeta obtuvo el premio Canarias de Literatura en 2003
De Arturo Maccanti, poeta que murió el jueves en Tenerife a los 80 años (ayer fue su entierro), escribió Alfonso O‘Shanahan, poeta también fallecido: “Tiene la angustia existencial de un Pavese, la profundidad de un Cavafis y la ternura de un Ungaretti. Además de ello, su bondad es machadiana y su temperamento insular se entronca con Alonso Quesada. De pocos poetas vivos canarios podemos decir lo mismo”.
Eso lo escribió O‘Shanahan para introducir, en 1989, una edición antológica de la obra de Maccanti El eco de un eco de un eco del resplandor, Biblioteca Básica Canaria, 1989) y no era sólo una definición literaria sino que era una descripción humana del escritor que acaba de fallecer. No sólo estuvo próximo a Pavese por la naturaleza italiana de su procedencia sino que esa angustia existencial que se hizo sólida y simbólica de su casi paisano lo acompañó hasta el último suspiro. Y era profundo y aislado, ensimismado, bondadoso y tierno, en efecto, pero también salvaje y esquivo, como una herida que nunca pudo cerrar.
Esa herida mayor de su vida se la produjo la muerte muy temprana de un hijo suyo. Vivieron él y su mujer (María Isabel, a la que va dedicado, junto a su otra hija, María José, El eco de un eco…) ese momento radicalmente triste de sus vidas con la intensidad de lo inolvidable, y han pasado días y décadas, y en su semblante y en la risa acongojada con la que acompañaba sus paseos por La Laguna, la ciudad donde ha vivido casi toda su vida, siempre ha estado en Maccanti esa sombra que los marcó.
Su poesía es el eco de la angustia. Aún así, en lo público tuvo variadas actividades: fue editor (con sus amigos Manuel Padorno y Josefina Betancor, hicieron Taller de Ediciones JB, y fue creador, con otros poetas, de la colección La fuente que mana y corre), presidente del Ateneo de La Laguna, presidente de La Laguna Ciudad de la Poesía, estudió Derecho, enseñó la isla de Tenerife a los extranjeros, fue amigo fiel de numerosos amigos, y recibió a media luz aquel golpe tan grave y otras tarascadas inesperadas de una existencia a la que O‘Shanahan le puso aquellos paralelismos.
En 2003 fue distinguido con el premio Canarias de Literatura. Fue miembro de una generación canaria que le dio a la historia el suyo y otros nombres, como Martín Chirino, Manuel Millares, el citado Padorno. Todos ellos han significado (y significan) maneras de abordar la isla como punto de apoyo o como frontera; la isla fue alma. Su devoción por La Laguna (a la que llamó Guerea) era la expresión humana de su deseo de estar en tierra firme, de sentir que, aunque la vida le había arrebatado tantas veces el aliento, la propia existencia de la ciudad a la que quiso era capaz de devolverle el sentido de vivir.
En aquel escrito que citamos al principio O‘Shanahan sugiere que el poema que define a Maccanti es Coronación y exilio, “un poema definitivo y de permanente compañía”. Así termina: “Ahora soy viejo/ y estoy perdido entre las sombras,/ enredado en el tiempo y en la muerte,/ como tú, madre mía…”
Nació en Gran Canaria, hijo de italiano y portuguesa. Desde 1951 vivió en Tenerife. Cuando murió Pavese Natalia Ginzburg escribió de aquel antecedente de Maccanti: “En los últimos años tenía el rostro demacrado y lleno de arrugas, devastado por los pensamientos atormentados, pero su figura conservó hasta el último momento la gracia de un adolescente”. Para nosotros fue siempre Maccanti un adolescente que en algún momento del trayecto supo que ya no cabía arañar más la alegría, que ésta se había acabado, pero conservó ese aire romántico que combinaba con su figura de Gassman y Mastroiani y que disimulaba con risa el profundo dolor con que se ha ido de este mundo.
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