El sacrificio de Don Julio
El politburó de la Asociación del Fútbol Argentino se reunió la semana pasada para anunciar el nombramiento del nuevo seleccionador nacional, Gerardo Tata Martino. La puesta en escena fue solemne, como corresponde a la gerontocracia. Comenzó con un minuto de silencio para honrar la memoria de “Don Julio”, fallecido el 30 de julio a la edad de 82 años.
Juan Carlos Crespi, José Lemme, Luis Segura y Miguel Ángel Silva, los representantes del comité ejecutivo que acudieron al acto, comenzaron a curtirse en la dirección de clubes antes o durante el Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983), la dictadura más sanguinaria en la historia de Sudamérica. Decía el periodista Dante Panzeri que el fútbol argentino se corrompió a partir de la década de los sesenta. El destino resultó ser progresivamente más oscuro. Julio (Don Julio) Grondona fue el padrino de esta escuela. El padrino de Grondona habrá que buscarlo en la Avellaneda profunda de los taitas y las esquinas rosadas. Pero quien aprobó su nombramiento al frente de la AFA fue el vicealmirante Carlos Alberto Lacoste.
Lacoste fue responsable de la organización fraudulenta del Mundial de 1978. La Cámara Federal de Buenos Aires determinó que entre 1977 y 1979 este gestor aumentó su patrimonio en un 440%. Pero Argentina salió campeón, y el éxito, que siempre es popular, convalidó un cierto modo de dirigir el deporte.
Los dirigentes de la FIFA repiten que ganar Mundiales de fútbol es beneficioso para los países. Los políticos en masa (Rajoy, Dilma, Merkel, Kirchner…) se adhieren a la superstición. Pero la realidad es más difícil de descifrar. El fútbol argentino nunca estuvo peor que cuando Argentina empezó a ganar Mundiales. Con las copas aumentaron la prevaricación, la violencia y el desorden, al tiempo que escasearon el rigor, el talento y la buena fe. La fantasía de la regeneración perpetua, sin embargo, obra una reacción social alucinante. El segundo puesto en el Mundial de Brasil se celebró como un triunfo histórico.
En plena festividad, la muerte de Grondona tuvo un efecto sorpresivo, como si el poder que ejerció durante 35 años hiciera impensable un final sin más causa que la biológica. Grondona murió de muerte natural y con el desconcierto se difundió la noción maravillosa del sacrificio. Ocurre en tiempos de desesperación. Lo hacían los sacerdotes de la edad del bronce y lo profetizó Caifás en el Evangelio de Juan: “Es preferible que un solo hombre muera por todo el pueblo, antes que todo el pueblo perezca”.
La última gestión de Don Julio antes de su consagración suprema fue resolver el nombramiento del Tata. El mismo entrenador triste que representó con rectitud intachable la ingrata tarea de sepultar al mejor equipo que se recuerda.
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