Gastronomía cívica
Una obra teatral en torno a la comida promueve el consumo culinario como un revulsivo anti-mafia
El 26 de junio de 1983, mientras paseaba su perro, el magistrado Bruno Caccia fue asesinado con 17 tiros de pistola. Los investigadores identificaron a los responsables como miembros de la 'Ndrangheta, la mafia calabresa, y consiguieron condenar al padrino Domenico Belfiore. Treinta años después del homicidio de Caccia, en el terreno que pertenecía a su asesino Belfiore, trabaja una cooperativa de jóvenes agricultores-emprendedores. Plantaron 194 árboles de nueces, producen y venden turrones y miel.
Italia está llena de estos pequeños héroes desconocidos que labran tierras rescatadas a los mafiosos para regenerarlas y llevan la relación entre comida y mafia más allá del tópico que relaciona la pasta con el crimen organizado en películas como Uno de los nuestros.
Reunidos en cooperativas, la mayoría vinculadas con Libera, hicieron de la legalidad su misión cotidiana y su empleo. Son los personajes, las historias, que pueblan Mafie in Pentola [Mafias en la olla], un espectáculo que empezó hace cuatro años a recorrer el país desde los Alpes hasta la punta del tacón y que hoy ha superado las 200 réplicas, llenando teatros, plazas, aulas, salas de cine y naves de industrias. “No queremos descuidar ni un rincón, para dar voz a los héroes sin nombre que diariamente vencen la mafia, su cultura y su jaula”, comenta Tiziana Di Masi, actriz e ideadora de la obra, junto con el periodista Andrea Guolo.
Encima del escenario, se mueve sola, junto a una mesa cargada de botellas de vino y aceite, tomates frescos y en lata, pimientos, mozzarella, espaguetis. Comer bien es un acto de rebelión, en un país infestado: “Las tierras compradas con dinero sucio vuelven a dar frutos sanos y limpios. Cuando los escogemos en el supermercado, los cocinamos, sostenemos una nueva economía honesta y le damos una bofetada a la criminalidad”. Sentada en una terraza de Bolonia, frente a un zumo de arándano con hielo, el tema suena ajeno. Ella sonríe: “Nadie es indemne, nadie puede hacer la vista gorda: compartimos todos la misma responsabilidad. Cuando comemos elegimos en qué lado estar”.
“Los mafiosos temen la incautación de los bienes más que la cárcel. La medida merma su patrimonio y su capacidad de controlar el territorio”, dice Franco La Torre, miembro de la presidencia de Libera e hijo de Pio, sindicalista y diputado comunista quien, antes de ser acribillado en 1982, proyectó la ley que por primera vez reconocía el delito de asociación mafiosa y permitía al Estado confiscar bienes. En 1996, otra norma estableció que las propiedades decomisadas debían destinarse a fines sociales: convertirse en símbolo de un rescate. “Los mafiosos no son bandidos”, aclara La Torre, en una entrevista en Roma, “constituyen un sistema de poder, estructurado y asentado, que ejerce un control milimétrico del territorio. Sobre todo en lo económico: en algunos lugares son la única empresa que da trabajo. Si se rompe este mecanismo, empezamos a desmontar la cultura mafiosa”.
La rompen las cooperativas agrícolas de Libera, que emplean a cientos de jóvenes en más de 1.300 hectáreas concedidas por la agencia nacional de los bienes incautados a sospechosos y condenados por delitos de mafia, en la cárcel o en busca y captura. También la rompe Di Masi desde el escenario, mientras invita a los espectadores a subir y a probar el vino biológico de la cooperativa Placido Rizzotto de Corleone, la mozzarella de búfala producida en las tierras de Gomorra por la cooperativa Don Beppe Diana, las berenjenas picantes o el paté de peperoncino de la Valle del Marro, en la campiña de Reggio Calabria.
Babelia
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