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Ríase o disparo

La combinación del Lejano Oeste y el humor se ha saldado con resultados desiguales

Toni García
Will Smith y Kevin Kline se apuntan en un fotograma de 'Wild wild west'.
Will Smith y Kevin Kline se apuntan en un fotograma de 'Wild wild west'.

La comedia es un género movedizo, las fronteras del cual son extremadamente difusas. Prueba de ello son la cantidad de géneros con los que se ha cruzado a lo largo de los años: el musical, la ciencia-ficción, el thriller, el drama o el western. Esta última combinación, la del Lejano Oeste y el humor, se ha saldado con resultados desiguales, óptimo en ocasiones; confuso en otras. El western con risas no ha sido presa fácil, siempre amenazando con imponer su ley por encima de cualquier otro factor. Aquí nos acordamos de cinco ejemplos gloriosos, a la espera de que se estrene este fin de semana entre nosotros la última película de Seth MacFarlane, Mil maneras de morder el polvo, en la que el creador de la magnífica Padre de familia (una serie que se pasa la corrección política por el arco del triunfo) explora las desventajas de ser un criador de ovejas en una época donde todo lo decidía la rapidez a la hora de desenfundar.

Sillas de montar calientes (Mel Brooks, 1974)

Se cumplen 40 años del estreno de este clásico de la comedia con trasfondo de polvos, salones y forajidos de gatillo rápido. Dirigida por Mel Brooks (un genio al que deberían estar rindiendo homenaje constantemente), la película es recordada por un montón de gags excelentes, incluido aquel en el que un hombre negro llega a un pueblo para tomar el puesto de sheriff, sólo para darse cuenta de que en el lugar en cuestión tiene un actitud algo beligerante con los de su raza. Chinos, ferrocarriles, salones… Brooks no deja ni un tópico en pie, en una combinación marca de la casa, en la que muchos consideran su mejor película junto con El jovencito Frankenstein (1974).

El neoyorquino fue —seguramente— el que mejor entendió las claves para acoplar su pulso humorístico a un género en el que John Ford había demostrado que el sentido del humor encajaba perfectamente.

Silverado (Lawrence Kasdan, 1985) 

Sin ser una comedia al uso, esta película de Lawrence Kasdan —uno de los grandes guionistas del Hollywood de los años 80, incluyendo El imperio contraataca (1980) y En busca del arca perdida (1981)— aplica al western una base de gags que la cincelan hasta convertirla en un híbrido inolvidable. John Cleese jugando contra sí mismo al ajedrez; el personaje de Kevin Kline y su obsesión con la mala suerte; las malas relaciones de Dennis Quaid con la ley y los novios de sus ligues… Todo suma en un filme que rinde homenaje a los grandes westerns con suma elegancia y gran sentido del humor. Olvidada en el baúl de los recuerdos, merece ser revisada y reivindicada, especialmente ahora que su creador ha confirmado su participación en la nueva entrega de Star Wars.

Wild wild west (Barry Sonnenfeld, 1999)

Extrañísima criatura que adaptaba una serie de culto de 1965 (creada por Michael Garrison), donde dos agentes del Gobierno estadounidense se dedicaban a combatir a los malos en el antiguo Oeste, con la ayuda de todo tipo de artilugios. La película, con toneladas de humor, fue un tremendo fracaso pero con el tiempo ha adquirido estatus de culto y —siendo fieles a la verdad— el filme se deja ver con agrada e incluso ha ganado con el paso de los años, con la ayuda de una iconografía que bebe de los trastos victorianos, de la revolución industrial y hasta de Frankenstein (con ese Kenneth Branagh de villano desmelenado). Completa el cuadro Kevin Kline (que está en todas) que aporta su habitual tono de ‘yo pasaba por aquí’ que tan bien maneja.

Los grandes sets de acción (con esas gigantescas arañas mecánicas cruzando el desierto) siguen siendo espectaculares y Salma Hayek lo es menos. A pesar de ello, la película gana en el binomio Kline-Will Smith cuando se toma poco o nada en serio y pierde cuando se deja llevar por los delirios de grandeza de su presupuesto.

Regreso al futuro III (Robert Zemeckis, 1990)

Genial remate para una de las trilogías que más alegrías ha dado a la cultura pop (y a la cinefilia de todo el mundo) con un viaje en el tiempo al Oeste y la consagración de Robert Zemeckis como realizador capaz de moldear los códigos del cine fantástico y dotarlo de un look de serie B que colisiona con el espíritu de spaguetti western que reina en la película. En otras palabras: no hay western más consciente y auto-paródico que éste, lleno de homenajes a diestro y siniestro: Por un puñado de dólares, Clint Eastwood, Lee Van Cliff, Sergio Leone, Ford, Hawks o John Wayne. Ningún mito queda sin tocar en una película con gags sensacionales (la propia presentación y vestuario del personaje de Fox dan para infinidad de chistes) y hasta las ZZ Top. Un clásico con todas las de la ley.

Cowboys de ciudad (Ron Underwood, 1991)

Otro de esos títulos que generan nostalgia en —al menos— un par de generaciones de cinéfilos. La película de Billy Cristal sobre el viaje de unos amigos desde Colorado a Nuevo México, en plena crisis de los 40 y que contaba con la ayuda del sensacional Jack Palance (aquel actor que afirmaba fumar porque apretando el cigarro impedía que se le cayera la dentadura postiza) era un vivero de gags sobre el género americano por excelencia y la morriña que generan esos paisajes que un día vieron crecer a la civilización, entre bolas de heno y el séptimo de caballería.

Con esta reivindicación del cowboy de pueblo y la tristeza que causa un mundo perdido, Cristal y compañía construían una comedia que funcionaba como un reloj, con una gigantesca banda sonora de Marc Shaiman. Quizás los años han amortiguado sus propiedades ‘comédicas’ pero la reflexión sobre el paso del tiempo sigue estando intacta.

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