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Los clásicos conquistan el verano

El teatro grecolatino y de autores del siglo de Oro español se ha ganado un público fiel Festivales como el de Mérida o Almagro son un reclamo cultural y turístico

Elsa Fernández-Santos
Carmen Ruiz (centro) y Macarena Gómez en 'Las dos bandoleras' (Festival de Almagro).
Carmen Ruiz (centro) y Macarena Gómez en 'Las dos bandoleras' (Festival de Almagro).

Aunque el teatro clásico siempre fue un buen reclamo para llenar aforos, nunca se había detectado un fenómeno como el actual, capaz de generar un boyante circuito de público y festivales alrededor de los grandes textos literarios. Los clásicos asaltan las tablas con más fuerza que nunca. Ya sea el grecolatino de Mérida o el español de Almagro, estas citas se han convertido en un reclamo cultural y turístico que por un lado ofrece un balón de oxígeno para muchas compañías y por otro anima la vida de poblaciones como Olmedo (Valladolid), Alcalá de Henares, Olite (Navarra), Cáceres o Niebla (Huelva). Todos ellos reunirán en apenas dos meses decenas de montajes y una insólita concentración de unos 40 estrenos absolutos.

“El público ha descubierto la riqueza de nuestro repertorio y eso se debe a muchos años de trabajo y esfuerzo que ahora empieza a dar sus frutos", afirma Helena Pimenta, directora de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC), que llevará a Almagro la comedia de Rojas Zorrilla Donde hay agravios no hay celos y que es, junto a este festival manchego, punta de lanza del fenómeno. El teatro Pavón, sede de la CNTC, suele tener las entradas agotadas y Almagro cerró en 2013 sus puertas con una ocupación del 90, 47%. Su directora, Natalia Menéndez, celebra el éxito pero lanza una crítica: “En el fondo el teatro clásico es un valor seguro, y ahora mismo, sobre todo en cultura, lo que prima es la falta de riesgo”.

Según la directora de Almagro, el espectador tipo del festival es una mujer “independiente” cuya edad está bajando de 41 a 39 años, de profesión liberal y asidua al teatro. El 8% de los espectadores va por vez primera al teatro y hay un creciente público infantil y familiar. Pese a todo, el certamen (que incluye talleres para niños ciegos y 25 espectáculos familiares) ha visto su presupuesto reducido un 60% desde 2009. Almagro, que funciona como gran plataforma de difusión de la que se alimentan los festivales más pequeños, ha logrado un equilibrio entre excelencia y popularidad cuyos frutos son hoy indiscutibles.

Actores de la comedia 'Donde hay agravios no hay celos' (Festival de Almagro).
Actores de la comedia 'Donde hay agravios no hay celos' (Festival de Almagro).

Para Pimenta, si el público ha evolucionado ha sido gracias a propuestas nuevas y arriesgadas: “Lo cierto es que yo recuerdo escuchar hace nueve años en una cola a algún espectador reprochar que el vestuario no era de época. Eso hoy es impensable porque ya no hay resistencia a la apertura y a las nuevas formas. Ese público es un fenómeno nuevo, que va más allá de los aficionados de siempre a la palabra y a los grandes autores”. Para Pimenta existe una querencia “intuitiva” al patrimonio. Y el teatro clásico lo es. “Pero requiere un esfuerzo mayor, por el verso y por las espadas, y ese esfuerzo ahora se entiende porque hay afición”.

Mérida es un caso específico por la espectacularidad de su anfiteatro. Con sus 50 metros de boca, se trata de un monumento capaz de atraer espectadores de todo tipo. En 2013, 74.583 personas pasaron por el teatro romano, 21.191 más que en la edición anterior y 32.002 más que en 2011, según datos del festival. Es decir, lograron una cifra que ronda el 70% de ocupación. Para el productor y empresario teatral Jesús Cimarro, su director, existe cada vez más público para un turismo cultural “lejos de la playa” atraído por una oferta teatral que incluye un menú gastronómico-monumental. “Alcazabas, monasterios, castillos, corralas, fortalezas… La conjunción teatro-monumento es muy atractiva, aunque condicione y dificulte el trabajo. Sinceramente, pocas cosas me parecen mejor plan que una noche de verano en el teatro, con pareja o con amigos, un gintonic y una buena cena”. Mérida celebra este año su 60º cumpleaños con una apuesta tachada de excesiva concesión a la taquilla. Para Cimarro, se trata de combinar los clásicos con actores conocidos. “Al final tenemos que llenar 3.000 localidades cada noche, es el teatro más grande de España, y no es fácil”.

Ángeles Blancas en la obra 'Salomé'. (Festival de Mérida).
Ángeles Blancas en la obra 'Salomé'. (Festival de Mérida).

En este sentido, el festival de Olmedo incluso ha creado para este año un circuito de WhatsApp para que cada espectador valore el espectáculo. Benjamín Sevilla, codirector del certamen, asegura que tras nueve años Olmedo cuenta con un buen número de abonados y las entradas agotadas los fines de semana. “Nuestro festival dura 10 días y la media de ocupación es el 70%. Es un espacio al aire libre, con unas vistas maravillosas. El teatro en verano tiene una magia muy especial que te lleva directo al siglo de Oro”, dice, y explica que este año y gracias a la colaboración con otros dos encuentros, el de Chinchilla de Monte-Aragón y del Getafe de Madrid, el Ministerio les ha “recompensado” con 50.000 euros. “Nos hemos puesto de acuerdo para hacer una exposición de entremeses, un ciclo de clásicos cómicos corsarios y un Otelo”.

Lo cierto es que los clásicos tienen una extraña cualidad para interpretar el presente, o quizá para conformarse con él. “Nos hacen ver que hemos avanzado muy poco en la historia, que los problemas siguen siendo los mismos”, apunta Cimarro, mientras Natalia Menéndez echa mano de un ejemplo más práctico: “Son como un buen regalo, duran toda la vida, perduran porque hablan del ser humano y eso ahora mismo es un valor importante”.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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