El misterio de la costilla rota
Dolorido o no, José Tomás vuelve a demostrar en la Feria de León que lleva dentro el toreo puro
Quien haya sufrido fractura de la séptima costilla izquierda sabrá si duele o no. Los médicos dicen que duele y mucho. Pues a José Tomás no se le notó. “Estará infiltrado”, apuntó un enterado; “es que ese es un extraterrestre”, aclaró otro. Al final, el dilema quedó sin resolver, y lo cierto fue que el torero anduvo por allí como si nada y, encima, toreó la mar de bien. “Lo que pasa es que viene ensabanaocomo una momia”, se oyó más allá, y ahí se acabó la discusión porque las formas toreras de Tomás exigían toda la atención.
Dolorido o no, el protagonista de la tarde volvió a demostrar que el toreo puro lo lleva muy dentro, y así lo cantó con el capote en su primero, y con la muleta en el otro.
HERNÁNDEZ Y EL PILAR / MORA, TOMÁS, FANDIÑO
Tres toros de El Pilar -primero, segundo y sexto- y tres de Domingo Hernández, justos de presentación, inválidos, descastados y nobles.
Juan Mora: media tendida (ovación); dos pinchazos y un descabello (silencio).
José Tomás: estocada _aviso_ (ovación); pinchazo y estocada tendida y trasera (oreja).
Iván Fandiño: dos pinchazos y estocada (ovación); pinchazo y estocada (palmas).
Plaza de toros de León. 22 de junio. Corrida de feria. Lleno de 'no hay billetes'.
Claro que este hombre sabe lo que hace y elige con mimo y picardía la coreografía de sus contadísimas actuaciones. La plaza de León, por ejemplo, cómoda, cubierta, climatizada y con una acústica extraordinaria —casi nada para la cantidad de edificios viejos y desagradables para los espectadores que abundan por la geografía taurina—, y abarrotada por un público generoso y alborotador, cuyos gritos se incrustan malévolamente hasta el hueso martillo en los oídos de los forasteros; y los toros, en esta ocasión de El Pilar y Domingo Hernández, muy justos de presencia, sin cara —es decir, con pitones escasos y algunos sospechosos desde la grada, que no está nada baja—, ayunos de fuerza, sin casta ni codicia, pero nobles, buenísimos, con caritas de perritos falderos, de penosa flojedad y docilidad ovejera.
Las ovaciones parecen estallidos en esta plaza, pero las broncas son ensordecedoras. Y ambas las escuchó José Tomás. Las segundas con motivo de su primer toro, un completo inválido que no se devolvió a los corrales, lo que enfadó y mucho al público. Cuando comenzó la faena de muleta, el animal estaba noqueado, y por allí anduvo Tomás en tareas de enfermero, lo que no hizo más que arreciar las protestas. La directora de la banda inició un pasodoble y no se la merendaron de milagro. No se arredró el torero y lo intentó por naturales a pies juntos, bien colocado, y las cañas se volvieron lanzas porque algunos naturales derrocharon sabor. Sin embargo, lo mejor que le hizo a ese toro fue torearlo a la verónica; dos de ellas resultaron excelsas y la media, un prodigio de lentitud y armonía.
Después, ante el quinto, otro santo varón, al que se le caía la cara de bueno, se lució y de qué manera por naturales. Dio muchos pases tratando de encontrar el sitio y la forma, y destacaron un par de ellos en una tanda y otro en la siguiente, inmensos, ceñidos y cargados de profundidad. A su labor, rematada con cuatro molinetes y uno de pecho que encandilaron los ánimos, le falta cuajo y unidad, pero si a un atleta de élite como Casillas se le nota que solo ha jugado los partidos de la Champions, cómo no se le va a notar a José Tomás que lleva 22 meses sin torear en público… En fin, que lo que no se le notó fue la fractura de la séptima costilla izquierda. Quizá, quién sabe, la procesión iba por dentro, pero ante estos toros birriosos volvió a dejar claro que quien tuvo, retuvo, y así hay que reconocerlo, porque la verdad no tiene más que un camino. Ese toro quinto, mire usted por dónde, prendió al subalterno Fernando Casanova al salir de un par de banderillas y le infirió una cornada en el muslo.
Abrió plaza el maestro Juan Mora, que ni tuvo toros ni él se encontró consigo mismo. Su primero era una piltrafa, una masa de carne informe, y el torero acompañó la embestida sin exponer un alamar. Quizá, un quite de un par de verónicas en el recuerdo. Y al cuarto, otro que tal, lo citó fuera cacho, siempre al hilo del pitón y sin ánimo para ver nada claro.
Por el contrario, el que venía a por todas era Fandiño, pero sus toros lo traicionaron. Se lució con el capote en el primero a la verónica, por delantales, chicuelinas y tafalleras, pero el animal se agotó al inicio de faena y todo quedó en un arrimón sin gracia. El sexto lo brindó a Tomás, pero el toro era un completo inválido que se echó varias veces en la arena y sus intenciones quedaron en un suspiro.
Babelia
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