Horace Silver, ‘cocinero’ del jazz
El pianista y compositor era una de las últimas leyendas del género
Se llamaba a sí mismo un “cocinero del jazz”. “El jazz debe tener su puntito picante”, afirmaba. "Si no, no sabe a nada". Horace Silver, pianista, compositor e icono del jazz en la década de los cincuenta y sesenta, falleció el pasado miércoles en su domicilio de Nueva Rochelle, Nueva York, a los 85 años. Su salud, que llevaba tiempo deteriorada, le había apartado en los últimos tiempos de la práctica musical. “Sé que un día voy a morir”, confesaba durante su visita a San Sebastián en 1996, “pero siempre habrá quien toque mi música”. Palabras proféticas de quien supo ensamblar los lenguajes del gospel, el blues y la bossa novaen el común denominador del jazz: “Horace Silver es uno de los músicos más influyentes en la historia del jazz como intérprete, director de banda, arreglista o componiendo” (Christian McBride).
Horace Ward Martin Tavares Silver nació un 2 de septiembre de 1928 en la localidad de Norwalk, Connecticut, en el seno de una familia multirracial. Su padre, John Tavares Silva, había viajado desde Cabo Verde a los Estados Unidos con el firme propósito de no regresar jamás; allí hizo fortuna y conoció a la madre del artista, por cuyas venas corría sangre irlandesa y africana a partes iguales.
Decidido a hacerse un nombre en el mundo de la música, el pequeño Horace cambió varias veces de instrumento hasta encontrar su propia voz en el piano: “Me gustaba el piano”, declaraba, “pero, sobre todo, me gustaba Bud Powell”.
En diciembre de 1950 el pianista, aún desconocido, actuaba con su cuarteto en un pequeño tugurio de provincias cuando fue avistado por Stan Getz. Sorprendentemente, el astro del saxofón, por lo común poco amigable y bastante competitivo, decidió hacerse cargo de la carrera del joven jazzista grabando varias de sus composiciones y consiguiéndole diversos contratos de actuación para su conjunto: “Nunca podré pagarle a Getz lo que hizo por mí cuando más lo necesitaba”. Al año siguiente, Silver establecía su residencia en Nueva York. Sin apenas tiempo para deshacer sus maletas, el pianista se haría cargo de las jam sessions de la noche de los lunes en el club Birdland, epicentro de la movida jazzística de la Gran Manzana en aquellos años. El recién llegado entraba en contacto con la crema y nata musical neoyorquina: “Éramos jóvenes y queríamos devolverle al jazz algo de su pimienta”.
El nuevo jazz salpimentado vio la luz bajo la denominación genérica de hard bop: “En esencia, se trataba de devolver al jazz moderno a sus orígenes del blues y la música gospel”. La fórmula alcanzaría su más perfecta formulación en la música de The Jazz Messengers, verdadero buque escuela del jazz contemporáneo fundado por Silver y el baterista Art Blakey, cuya vida se prolongaría por décadas bajo la dirección del segundo. Silver y Blakey —tanto monta, monta tanto— dejarían el sello indeleble de su breve pero fructífera colaboración en un disco magistral: A night at Birdland.
1956 será un año crucial en la carrera del pianista, que estrenó grupo propio y sello discográfico: “Se habla mucho del sonido Blue Note pero, en realidad, debería ser el sonido Horace Silver”, lamentaba el músico. Contradiciendo su modus operandi habitual, Alfred Lion, el omnipresente fundador y director de Blue Note Records, otorgó a Silver un amplio poder de decisión sobre sus propias producciones. Una de sus composiciones, The preacher, editada en contra de la opinión de Lion, que la juzgaba demasiado sensiblera, llevó por vez primera el nombre del pianista a las listas de éxitos. Seguirían otras muchas a lo largo de la década: Señor Blues, Nica's Dream, dedicada a la baronesa y notable mecenas del jazz Nica de Koenigswarter, y Song for my father (Cantiga para meu pai), inspirada lejanamente en los ritmos caboverdianos y en la bossa nova. Solo de esta melodía se contabilizan versiones de George Benson, Leon Thomas, Cedric Im Brooks & The Light of Saba, Us3 —acaso la más conocida—, David Benoit, Kermit Ruffins o el productor de hip-hop Madlib. Llegado a su plenitud creativa, Horace Silver crea tendencia con su música y a través de las portadas de sus discos; sus conjuntos son un semillero de futuras estrellas del jazz, entre ellos, los saxofonistas Hank Mobley y Joe Henderson o los trompetistas Blue Mitchell y Woody Shaw.
Con el cambio de década, el delicado equilibrio entre los diversos lenguajes que convivían en la música de Horace Silver comenzó a quebrarse. El pianista sería de los primeros músicos de jazz en intentar un muzak de contenido dudoso y alcance, se supone, masivo: “A lo largo de la vida uno aprende a tomar decisiones y, claro, puede equivocarse, pero siempre debe ser fiel a sí mismo, y yo, puedo decirlo, lo he sido, aunque haya quien no acepte algunas cosas que he hecho”. Su consiguiente acercamiento al “jazz soul” venía a ser el resultado de una visión cósmico-filosófica de la existencia, a la que dio forma de disco en The United States of mind (con el propio Silver cantando en diversos de los cortes) y Silver 'n strings play the music of the spheres, editado en 1979. Al año siguiente, el pianista pondría fin a su relación de varias décadas con Blue Note para fundar su propio sello discográfico de corta vida, Silveto. Su autobiografía, Let´s go to the nitty gritty, vio la luz en 2006.
Babelia
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