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Pollock en el Prado

El pintor aprende de El Greco una disciplina de líneas y colores básica en las pinturas de los 50

Estrella de Diego
'Gótico', de Jackson Pollock.
'Gótico', de Jackson Pollock.

“¿Vio el retrato del Cardenal cuando estuvo en París? Es el greco más bello que ha salido de España. Espero que ahora que el Sr. Pierpont Morgan es el Director del Museo Metropolitano de Nueva York se adquieran algunos cuadros de primera categoría”.

De este modo se expresaba en una carta a Theodore Duret, en noviembre de 1904, la pintora norteamericana Mary Cassatt, conocida, además de como artista ligada al Impresionismo, como puntal básico en el desarrollo del coleccionismo en los Estados Unidos. El cuadro al cual alude es, claro, el Retrato del Cardenal Fernando Niño de Guevara de El Greco, quien en esos años había alcanzado ya una fama imbatible entre los vanguardistas europeos y americanos. Cassatt conocía bien al pintor de Toledo. De hecho, en una carta escrita a Emily Sartain en 1872 desde Madrid —de paso hacia Sevilla— escribe una frase reveladora que alude al espíritu de los tiempos, a la popularidad de la ciudad manchega: “No me he parado en Burgos. Me reservo para Toledo.”

Es complicado tratar de dirimir si al llegar a la mítica ciudad, que muchos visitaban desde el último tercio del siglo XIX atraídos tal vez por su espiritualidad y el excepcional cruce de culturas patente en sus monumentos, los artistas de la vanguardia iban buscando a El Greco o si, por el contrario, se tropezaban con el pintor al llegar allí. Aunque quizás le conocían a través de otros artistas, ya que nadie como él es lo que se podría llamar un “pintor de pintores”, uno de esos artistas apreciados, en primer lugar, por la mirada de los colegas, capaces de captar las cualidades modernas que tanto atrajeron a las vanguardias del siglo XX. No en vano desde finales del XIX son muchos los que vuelven los ojos hacia sus producciones y ven en ellas el reflejo de una fuerza inusitada. Obviado y hasta despreciado por la mirada establecida del XVI y XVII —e incluso del XVIII—, con esos cielos rotos, de tormenta constante, los colores venecianos convertidos en agudos, casi chirriantes, y las figuras alargadas y contorsionistas, a partir de la ruptura con la tradición del XIX comienza a adquirir un protagonismo que el cubismo —siempre se repite— termina por refrendar, al ver su estilo como un síntoma inequívoco de cierta nueva sensibilidad. No sólo: en su lectura moderna El Greco es, además, un autor sumergido en una enorme espiritualidad que va a conectar con las aspiraciones de la vanguardia norteamericana de los cuarenta o cincuenta.

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Relacionada con estas lecturas se puede entender la fortuna crítica del pintor en los Estados Unidos, donde poco a poco empieza a estar presente en grandes colecciones, estableciendo un linaje que, al llegar a los pintores del llamado Expresionismo Abstracto de esos años 40-50, está más próximo a la fascinación por El Greco de pintores locales como Sargent en el XIX o Benton, el maestro de Jackson Pollock, que al propio impacto de Picasso o los muralistas mexicanos, tan impresionados por el maestro del XVI.

Sea como fuere, la génesis del interés por El Greco no es la misma en América Latina que en los Estados Unidos. En el primer caso se relaciona con el temprano viaje a España de Diego Rivera, donde estudia al pintor durante sus visitas al Prado y, seguramente también a través de las lecturas de Zuloaga, gran apasionado del griego. Otra vez es Toledo el punto de partida para su Paisaje de Toledo , de 1910, donde aparecen las influencias que recibe de los pintores españoles y ciertos ritmos y colores que de alguna manera preludian sus obras cubistas —con ese cubismo que se transforma y se enriquece cuando cruza el mar— y que reenvían a las influencias del El Greco también. Es una afinidad que llega hasta los otros muralistas —Orozco y Siqueiros—, en ese uso libre de las figuras y los ritmos, esa ruptura con la perspectiva que el pintor manierista propone en sus trabajos. Se diría incluso que la presencia de El Greco forma parte del bagaje que republicanos como Moreno Villa, buen conocedor del pintor, llevaron hasta México.

Es difícil saber si los artistas de la vanguardia iban buscando a El Greco en Toledo o si se tropezaban con el pintor

De cualquier manera, uno de los casos más interesante es el de la gran estrella del Expresionismo Abstracto americano, el maravilloso pintor Jackson Pollock, que tan poquísimas veces hemos tenido ocasión de ver en Madrid. A pesar de las influencias de artistas próximos a El Greco —tal es el caso del propio Rivera y sobre todo de Orozco y Picasso— no son ellos el camino que le lleva hasta el pintor manierista. Es su maestro, el citado Benton, quien, gran admirador de El Greco —sin duda influido por la grecomanía de las colecciones norteamericanas a la cual alude Cassatt—, anima al joven Pollock, su alumno, a copiar a El Greco del cual aprende una disciplina de líneas y colores que va a ser fundamental en las pinturas chorreadas de los cincuenta: es en la acumulación y la aparente libertad de trazos donde se nota la influencia del maestro toledano. Se puede comprobar en la exposición del Museo del Prado a través de la cual Pollock ha llegado —por fin— a Madrid de la mano de El Greco.

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