Conflicto de sangre
Convencional en la forma, la película desarrolla su premisa con naturalidad
No hay mayor cuestionamiento para la naturaleza de la paternidad y la maternidad, para ese atávico sangre de mi sangre que casi no se puede explicar con palabras sino solo con sensaciones y sentimientos más allá de la razón y, a veces, incluso de la ciencia, que el brutal golpe informativo que supone la mala nueva de un intercambio de bebés en el hospital. Tu hijo no es tu hijo, sino de otro; el hijo del otro no es su hijo, sino el tuyo. Y no es cosa de anteayer, sino de hace años. Una premisa con la que ya jugaba la reciente, y preciosa, De tal padre, tal hijo, del japonés Hirokazu Kore-eda, e Hijos de la medianoche, de Deepa Mehta, y que ahora regresa, amplificada por el conflicto político además del humano, con la francesa El hijo del otro, segundo largo de Lorraine Lévy.
Con El hijo del otro y De tal padre, tal hijo se experimentan sensaciones semejantes, con el examen de conciencia, de afecto e incluso de la esencia del ser humano como constante, y que en realidad, teniendo en cuenta los tiempos en los que se maneja la creación cinematográfica, no han podido influir la una en la otra. De hecho, la de Lévy, aunque llega a España después, se estrenó justo un año antes que la de Kore-eda. Eso sí, mientras la japonesa elucubraba con un descubrimiento del error cinco años después del nacimiento, El hijo del otro lo hace con los chavales a los 17, y, he ahí la verdadera clave de la película, uno en el seno de una familia judía de padre militar israelí, y el segundo en el de una prole palestina de Cisjordania. De modo que al cuestionamiento físico y moral se unen el político, el social y el religioso, y no sólo en los padres, sino también en los hijos, e incluso en los que les rodean: “El judaísmo es un estado espiritual atado a la naturaleza”, clama el rabino. “Tarde o temprano te irás a vivir al otro lado, donde deberías haber crecido”, dice el hermano mayor del palestino.
EL HIJO DEL OTRO
Dirección: Lorraine Lévy.
Intérpretes: Emmanuelle Devos, Pascal Elbé, Jules Sitruk, Mehdi Dehbi, Areen Omari.
Género: drama. Francia, 2012.
Duración: 105 minutos.
Formalmente convencional (la directora no hace nada malo, ni bueno, para empequeñecer o engrandecer su historia, simplemente filma con soltura pero sin talento), la película desarrolla su premisa con mucha naturalidad y la evolución de los personajes es muy coherente con la personalidad de cada uno. Casi demasiado. Así, como contrapartida a este espontáneo devenir, el relato nunca sorprende, casi todo se ve desde la distancia, amparado, eso sí, en unas ansias humanistas que la convierten en una obra mucho más solidaria que polémica. Nadie se sale del tiesto, nadie dice nada incoherente, no hay ningún giro sorprendente, todo fluye en pos de los propósitos de tolerancia. Aparentemente.
Sólo aparentemente. Porque, casi escondida, en medio de una discusión entre los hermanos árabes, y sin incidir más allá de ese episódico instante, quizá se esconda la tesis de la directora. Justo cuando el joven palestino, que va a estudiar Medicina, dice a su radical hermano: “Bilal, sé lo que te da miedo: que no ha cambiado nada para mí; que nuestro sueño, construir un hospital en Palestina dentro de ocho años, sigue intacto”. Es entonces cuando la frase resuena como una bomba de sencillez alrededor de un conflicto que no pocas veces apela a la pureza de la sangre.
Babelia
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