Memoria de la subversión
Una exposición recupera las dos etapas de la historia de la mítica revista ‘Ajoblanco’ La muestra recoge los archivos de su fundador, Pepe Ribas
Sida, Guattari, homosexualidad, Kraftwerk, heroína. También Ginsberg o Morrissey. Hubo un tiempo en que en los kioskos españoles podía encontrarse una publicación que hablaba de lo innombrable entonces. De un mundo cultural y social a punto de explotar en la cabeza de la juventud. Sucedió 1974, cuando después darle mil vueltas a la idea, Pepe Ribas, un estudiante de derecho barcelonés, poeta, burgués y altamente libertario, tomó la decisión de fundar una revista. El grupo de amigos y artistas al que pertenecía, Los Nabucco, se reunió una noche en el restaurante de la mujer de un joven torero que les cocinó el plato típico de su pueblo: Ajoblanco. El sabor de aquel encuentro sirvió para fundar en un pequeño piso en la calle Aribau número 15 de Barcelona un proyecto que se expandiría en dos marcadas etapas a lo largo de 25 años.
Fueron 180 números que pueden verse uno al lado de otro al entrar en Ajoblanco. Ruptura, contestación y vitalismo, la gran exposición que el centro cultural Conde Duque de Madrid dedica a la mítica revista hasta el 21 de septiembre. Una propuesta, comisariada con precisión y acierto por Valentín Roma, que explora la historia de la publicación a través de si misma. De aquel iluminado instinto de la primera época —que llegó a vender 100.000 ejemplares— a la innovación y periodismo cultural de nuevo cuño de la segunda. “Ajoblanco ha sido siempre una revista activa. Necesitábamos encontrar gente como nosotros, que quisiera vivir sin miedo y crear el arte en la vida cotidiana. Vivir como pensábamos”, recuerda Ribas en una cafetería madrileña, mientras anuncia que la revista volverá, primero en formato web y “si hay equipo”, en papel.
El editor y escritor —autor de la autobiografía Los 70 a destajo: Ajoblanco y libertad— se rodeó de un equipo de artistas, escritores, periodistas y fotógrafos que acabó nutriendo a las grandes publicaciones que fueron surgiendo posteriormente, incluido este periódico. Nombres como Fernando Mir, Luis Racionero, Toni Puig, Javier Pérez Andújar, Quim Monzó (autor de aquella cabecera inspirada en la de Coca-Cola y que les costó un pleito de la marca de bebidas) o uno de los fundadores del festival Sónar como Ricard Robles, que entonces era dj en una emisora local de Esparraguera y a quien Ribas se marchó a conocer una madrugada tras recibir una carta suya.
La aventura comenzó con 100.000 pesetas que les prestó un empresario textil amigo de la familia. Pero realmente surgió de aquel espeso vapor que desprendía una Barcelona en absoluto estado de ebullición. Coincidían en esa época Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, los artistas conceptuales y la Nova Cançó, llegaban Nazario y Mariscal a la ciudad, Sisa abría la sala Zeleste, surgía la antipsiquiatría... Todo aquel jaleo bullía en las Ramblas por las noches, donde la redacción de Ajoblanco bajaba cuando a las dos de la madrugada terminaba de trabajar —“muy duro, sin drogas”, dice Ribas—. “Era un lugar cosmopolita, sin autoridad y donde el franquismo ya no tenía prestigio. No había poderes y sí mucha sociedad civil, todavía había tejido productivo. Y mucha interacción. Yo conocí en una silla de las Ramblas a Gabriel García Márquez, a Lluís Llach. Todo sucedía de forma espontánea. Era una ciudad abierta y plural, con los escritores, editores…”. Hoy, cree, tiene más de parque temático que de capital cultural. “Quién sabe, quizá no estamos tan mal. Algunas cosas son muy interesantes”, matiza. De esos rescoldos y de la vuelta a la cultura del “nosotros” que empieza reconocerse hoy y que dio pie al primer Ajoblanco, recuerda Ribas, surgirá de nuevo otro experimento editorial con la misma cabecera.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.