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CORRIENTES Y DESAHOGOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Tatuarse, tunearse

La explosiva moda del tatuaje entre la juventud del siglo XXI ha permitido la oportunidad de montar una exposición sobre los tatuajes de todos los tiempos y todas las clases en el Museo Quai Branly de París (hasta octubre de 2015). Una muestra espectacular como correlato al espectacular crecimiento de los individuos marcados, decorados y escritos.

Pero ¿por qué tatuarse tanto ahora? En el pasado primitivo el tatuaje daba señal de las pertenencias tribales o religiosas, evocaba a los demonios o los dioses, otorgaba poder para luchar o para librarse de la muerte. En su ininterrumpida historia, el tatuaje fue tanto civil como religioso, tanto una aviso de prestigio como de estigma. Servía para distinguir a los jefes o para señalar a los proscritos. Jugaba el papel de un jeribeque importante en la vida expresa del sujeto.

Significaba en fin de tratar con cosas serias. El que ahora parezca triviliazado es especialmente coherente con la confusa y descreída condición de la época. Ni el cuerpo es tan sagrado ni el tatuaje tan ceremonial como antes. Uno y otro se reúnen hoy en una festividad que incluso en sus más siniestros bucles no conduce nunca a los acantilados del más allá. Sin embargo, ninguna otra pintura actual es tan fuerte, ambigua y multívoca como ésta.

El pigmento actúa no solo tematizando un deseo, mostrando un nombre de amor o exaltando el mal sino que interviene una clase de fe que recobra las anillas de la pertenencia, el martirio o el conjuro del miedo.

Efectivamente unos eligen el nombre de la amante, otros del infierno, otros del cómic y no se trata siempre de algo contrario al sentido de los viejos ancestros. Efectivamente el cuerpo es prácticamente todo lo que es orgánicamente común entre los vivos y el nuevo tatuaje pretende extraer las distintas fisonomías o melodías de cada alma. Puede que no sea tan trascendente y profundo como entre los primitivos pero también es cierto que lo profundo no se lleva y la superficialidad nos impulsa al deslizamiento, lo sagrado a la estética y la estética al patinaje.

La aguja y la tinta inciden sobre el ser en cueros, le redimen del desnudo

A primeros de este siglo, en Bilbao había un local de tatuadores que se anunciaba diciendo: “Personaliza tu cuerpo”. El cuerpo sin tatuajes se consideraba ordinario, hecho en serie; y los signos de distinción provendrían de la customización con que se implementaba.

Del mismo modo que las motos, los móviles o los coches, el cuerpo es un medio propio pero casi inmediatamente todo un yo, como reitera la publicidad de perfumes o relojes. El yo es un subjeto (mezcla de sujeto y objeto) a quien damos nuestro amor como a las mascotas y nos coronamos como talismanes.

Tunear nuestro aspecto constituye la histórica misión la cosmética y sobre la cirugía profunda que nos reforma las carnes o las vísceras se añade la cirugía ocasional que nos barniza. Nacer rubios o morenos, de ojos azules o castaños, altos o bajos, no está en nuestras manos pero con esa materia prima legada cabe introducir un proceso superior de elaboración propia. Una manufacturación que en su desarrollo muestra la expresa apropiación de nuestro yo.

La aguja y la tinta inciden sobre el ser en cueros, le redimen del desnudo obvio y anulan la vulgar donación de la herencia. Y no solo para parecer más atractivos como pretende la cosmética sino para llegar a ser teatralmente y hondamente, seriamente otros, puesto que como decía Valéry “nada hay más profundo que la piel”.

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