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crítica | aprendiz de gigoló
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

John Turturro se hace ‘play boy’

Al neoyorquino le ha salido un trabajo rarísimo, más bobo que disparatado

Javier Ocaña
Woody Allen, en 'Aprendiz de gigoló'.
Woody Allen, en 'Aprendiz de gigoló'.

Las primeras imágenes de Aprendiz de gigoló, en formato cuadrado 1.37:1 y traza de 16 milímetros con grano duro, ya dan una idea del tono retro y la base nostálgica de la película de John Turturro. Pasados los títulos de crédito, el formato y la fotografía se normalizan, pero el espíritu sigue ahí: de cine a contracorriente en todos los sentidos, en la historia y en el aderezo formal, de película de las que ya no se ven. Y gracias. Porque al actor y director neoyorquino le ha salido un trabajo rarísimo, más bobo que disparatado (lo que hubiera tenido más encanto), con algún momento de gracia cómplice, pero muy inane.

Componer una película sobre un gigoló en la que apenas se le ve en acción es, como mínimo, peculiar. Aunque siendo Turturro también el protagonista, tampoco es de extrañar, y casi de agradecer, lo que lleva a que haya que tragarse que a señoras como Sharon Stone y Sofía Vergara les tiemblen más las piernas que el bolsillo a la hora de tener sexo con él. Las virtudes del fuera de campo, que hacen creíble cualquier cosa.

APRENDIZ DE GIGOLÓ

Dirección: John Turturro.

Intérpretes: John Turturro, Woody Allen, Sharon Stone, Vanessa Paradis, Liev Schreiber.

Género: comedia. EE UU, 2013.

Duración: 90 minutos.

Así que lo importante en su relato no es el cómo sino el porqué, sus antecedentes y sus consecuencias en el terreno del amor y de los cambios experimentados. Pero ni siquiera ahí es claro. En principio, se podría decir que le falta locura para convertirse en un estrambote perecedero, pero la teoría tampoco encaja, porque cuando suelta las riendas (el béisbol de los niños) es casi peor. Sus conversaciones con Woody Allen, el chulo del negocio, tienen el ritmo, la gracia y la simpatía que solo puede desprenderse del trabajo de dos estupendos actores (y quizá amigos), pero más allá de eso y de algún chiste de judíos con cierta sorna, Aprendiz de gigoló queda en tierra de nadie, lejos de Mac (1992) y, sobre todo, Illuminata (1998), notables trabajos del Turturro director.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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