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crítica | el gran cuaderno
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una educación para la supervivencia

János Szász ha tenido presente esa alergia a lo sentimental del libro, pero no ha podido evitar traicionar el material

“Las palabras que definen los sentimientos son muy vagas; es mejor evitar usarlas y atenerse a la descripción de los objetos, de los seres humanos y de uno mismo, es decir, a la descripción fiel de los hechos”, escribían los gemelos Claus y Lucas en la novela El gran cuaderno de Agota Kristof, traducida al castellano por Ana Herrera Ferrer. Primera entrega de una trilogía que completarían La prueba y La tercera mentira, El gran cuaderno narraba, con una estremecedora austeridad casi limítrofe con la abstracción, el proceso de autoeducación para la supervivencia que desarrollaban dos hermanos enviados por su madre a la granja de una abuela solitaria, cruel y con esqueletos en el armario, en los años finales de la II Guerra Mundial. Claus y Lucas se convertían en aplicados alumnos de la deshumanización que les permitiría sobreponerse al horror.

En su adaptación, János Szász ha tenido presente esa alergia a lo sentimental que los personajes convierten en credo, pero no ha podido evitar traicionar una materia tan frágil y específicamente literaria a través del academicismo. Su trabajo serviría para ilustrar la idea de que, en toda adaptación, la domesticación es el mayor riesgo.

EL GRAN CUADERNO

Dirección: János Szász.

Intérpretes: László Gyémánt, András Gyémánt, Piroska Molnár, Ulrich Thomsen, Ulrich Matthes.

Género: drama. Hungría, 2013.

Duración: 109 minutos.

Así, la película no puede aspirar más que a ser un equivalente de una versión expurgada del libro, con todas las secuencias que plantearían problemas de representación pudorosamente omitidas y una constante incapacidad para esbozar un sucedáneo del trastorno que produce la lectura. Szász demuestra que un plano cinematográfico exquisitamente iluminado no tiene nada que hacer, en cuestiones de fuerza expresiva, frente al poder de una frase descarnada.

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