Animar lo invisible
Es la película con la que el maestro Hayao Miyazaki ha decidido cerrar su filmografía como director
Una espina de caballa inspira al ingeniero Jiro Horikoshi la solución para un problema de fuselaje en el diseño de aviones para la compañía Mitsubishi que acaba de emplearle. Es uno de los muchos detalles en El viento se levanta, la película con la que Hayao Miyazaki ha decidido cerrar su filmografía como director, que sugieren hasta qué punto parece haber encontrado el animador un espejo posible de sí mismo en ese ingeniero que acabó dando forma al Mitsubishi A6M Zero, sofisticada y ligera máquina de guerra que la derrota japonesa en la Segunda Guerra Mundial convirtió en emblema de dos sueños rotos: el patológico sueño imperial de la nación y el sueño idealista de Horikoshi, tocado de muerte desde el momento en que tuvo que comprometerse con la industria bélica para poder hacerse realidad. El talento animador de Miyazaki ha hecho uso de una mirada parecida a la de su ensimismado personaje para extraer del poder expresivo de lo natural los muy sutiles hallazgos que puntúan la que quizá sea la más contenida y antiespectacular de sus películas. El director logra hacer palpable lo invisible: el viento, que, en dos ráfagas separadas en el tiempo, hará posible una historia de amor, pero, también, la obsesión de su protagonista. El viento se levanta es, entre otras muchas cosas, una película que convierte en acción animada los procesos mentales de un ingeniero sobre su mesa de trabajo.
EL VIENTO SE LEVANTA
Dirección: Hayao Miyazaki.
Animación.
Género: drama. Japón, 2013
Duración: 126 minutos.
Basada en su propio manga Kaze Tachinu, publicado en 2009, El viento se levanta convierte a Jiro Hirokoshi en el interlocutor onírico del ingeniero italiano Giovanni Battista Caproni, proponiendo un fluido y constante diálogo entre sueño y realidad. Hay mucho del romanticismo de Porco Rosso (1992) en las luminosas secuencias que muestran los encuentros entre Hirokoshi y Caproni, pero la apuesta de Miyazaki por fijar la imagen de su héroe miope y sedentario como idealista de una pieza no esquiva ocasionales turbulencias estéticas con visiones de los potenciales desastres de la guerra.
En el plano realista del relato, Miyazaki explora una serenidad tonal que remite a los pasajes más cotidianos de Mi vecino Totoro (1988): una virtuosa secuencia de la película recrea el terremoto de Kanto de 1923, pero en el grueso del metraje el espectáculo está en lo minúsculo, en las oscilaciones de la luz, en esos fondos que juegan al impresionismo en consonancia con la afición pictórica de Naoko, personaje femenino que convierte esta película en un hondo melodrama de la resignación.
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