Martín Caparrós, detective
Hoy quiero celebrar la publicación aquí de 'El interior'. Solo llevo cien páginas, pero estoy atrapado, entusiasmado
Hará casi diez años cayeron en mis manos los tres tomazos de La voluntad, de Martín Caparrós y Eduardo Anguita, una crónica de los movimientos revolucionarios argentinos entre el 66 y el 78. Nunca había leído una cosa igual. La historia subterránea de un país a través de quinientos testimonios. O más, porque aquellos tres tomos ahora ya son cinco. Un fabuloso retrato de época, lo que pasaba abajo y lo que pasaba arriba, y el día a día, lo que daban en el cine, lo que comían, lo que vestían, y los grandes sueños, y las grandes cagadas. Mejor que una novela, una película, una serie. Me causó un impacto fortísimo, una admiración enorme. Pensaba: ¿por qué nadie hizo en nuestro país algo parecido sobre la vida política clandestina durante los 60-70? Una de las respuestas podría ser: porque eso supone un trabajo de locura. Pero esos dos grandes periodistas argentinos lo hicieron.
Hoy quiero celebrar la publicación aquí de El interior, de Martín Caparrós, en una nueva editorial, Malpaso (con triple proa: Barcelona, México, Buenos Aires), y una nueva colección, Lo Real, que dirige Jorge Carrión. Preciosa edición, estupendo libro. Solo llevo cien páginas, pero estoy atrapado, entusiasmado. Y me divierte estar haciendo ahora un apunte microscópico sobre las descomunales crónicas de su autor, porque las setecientas páginas del libro, que apareció en Argentina en 2006, "cubren" la primera parte, el Norte: la segunda, el Sur, aparecerá algún día, esperemos que pronto.
Casi todo lo que mira es o se vuelve interesante cuando lo atrapa, en un estilo fragmentario y a la vez torrencial
El Interior: un hombre que se echa al camino, al volante de un Renault 21 blanco (llamado Erre) que había sido de Osvaldo Soriano, otro gran ojo, otra gran antena. Un hombre que mira, escucha, pregunta. Un detective de la realidad. Un plan: recorrer la Argentina "de la que no se habla", que no es una Argentina bucólica ni agreste. "Contra lo que se cree", dice, "el interior no es un mundo rural: todo lo contrario. el 80 por cien de sus habitantes vive en ciudades". Un viaje que comienza en 2004 y sigue durante 2005, en salidas de tres meses. 14 provincias argentinas. 30 mil kilómetros. Caparrós graba conversaciones, monologa ante el micro, toma apuntes. Escribe, escribe, escribe. Las crónicas de Caparrós son extensas porque mira mucho y tiene mucho que contar. Y porque casi todo lo que mira es o se vuelve interesante cuando lo atrapa, en un estilo fragmentario y a la vez torrencial. Surgen cientos de historias, entre las que retengo ahora, 1) el relato casi de western del legendario sindicalista Alberto Piccinini, que tras seis años entre rejas se planta ante su antigua fábrica, la gigantesca Acindar, porque los nuevos trabajadores están esquiroleando una huelga, y arriesgándose a volver a la cárcel toma la palabra y logra convencerles de que no entren, 2) el aguafuerte del boliche La Rosa, un puticlub que ni Lynch hubiera imaginado (hay que leerlo para creerlo), y su alucinante amo, el nietzscheano Indio Blanco, 3) la historia de Federación, el pueblo entrerriano que nació tres veces, contada en cinco páginas magistrales. Historias que rastrea o que le salen al paso, que vive o que le cuentan. Voces anónimas, voces ante las que pocos se detendrían a escuchar. Sí, lo sé: pensarán que todo eso les queda lejos. Pero cuando alguien sabe mirar y sabe contar, todo se nos vuelve próximo. Y apasionante. Queremos más crónicas. De allá y de aquí.
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