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Jeremy Irons: “Es emocionante saber que cada día tu vida puede dar un giro”

El actor británico hace una pausa en su trabajo en televisión y superproducciones con 'Tren de noche a Lisboa' de Bille August

El actor británico Jeremy Irons, en Madrid.
El actor británico Jeremy Irons, en Madrid.Bernardo Pérez

Jeremy Irons (Cowes, Isla de Wight 1948) conserva esa voz tan especial del chico que llegaba a Oxford y se quedaba prendido de una caprichosa aristocracia de la que él estaba por cuna descolgado en la serie que lo lanzó a la fama, Retorno a Brideshead (1981). Y con esa voz va dejando puntos suspensivos en su discurso, como dando a entender que todo está aún por construir y por pensar; y no hay nada prefabricado. Hace un día primaveral para la presentación en España de Tren de noche a Lisboa, en la que coincide con el realizador danés Bille August, con el que también había rodado en Portugal La casa de los espíritus (1993). De nuevo, como en un corte simétrico de la relación director-actor, la dictadura es telón de fondo del filme. En este último, lo es la represión de António de Oliveira Salazar. “¿Cree que la película gustará aquí? ¡En Grecia la han adorado!”, pregunta. Esta es la historia de Raimund Gregorius (Irons), un gris profesor de lenguas clásicas cuya vida se trastoca cuando salva a una muchacha que está a punto de tirarse por un puente. Un libro que deja atrás la joven —la cual desaparece tras ser rescatada— escrito por un tal Amadeu de Prado lleva al docente a abandonarlo todo tras la pista del poético autor del texto.

O haces una película con un presupuesto gigante que no disfruto mucho o buscas la buena escritura y eso cada vez más está en televisión.

“Feliz”, “felicidad”, son palabras que pespuntean la conversación de Irons sin cansancio. Alto, delgadísimo, con chaleco de ante y una de sus camisas de cuello mao. Como por ensalmo, aparece entre sus dedos un purito; lleva tabaco de liar. Un encendedor perforado de pequeños tréboles trae ecos a este hotel madrileño de la nacionalidad de su esposa desde 1978 Sinéad Cusack, irlandesa. “Bille August fue una de las razones por las que quise hacer la película porque tuve una experiencia muy feliz con él, me gustó mucho como persona y como director…”, arranca. Este, insiste, ha sido uno de los rodajes “más felices” que recuerda en su carrera. “Bille sabe lo que quiere, rodamos lo que era necesario, no más de eso. Entendíamos lo que quería el uno y el otro, y él pedía que yo fuese muy minimalista…”. Ya antes de que comenzara el rodaje de esta coproducción entre Portugal, Suiza y Alemania con un coste de 7,7 millones de euros había mostrado su entusiasmo: “No hay comparación entre hacer un filme así, en una ciudad como esta, con realizar un blockbuster. Escogería estar aquí todas las veces…”, dijo entonces.

Y eso que al principio no las tenía todas consigo y la crítica no le ha dado la razón al recibir la película —que fue presentada en la pasada edición de la Berlinale— con tibieza. Basada en la novela homónima superventas de Pascal Mercier (El Aleph) y con Christopher Lee, Charlotte Rampling, Bruno Ganz y Martina Gedeck también en su reparto, Irons dudaba que pudiera ser adaptada con éxito a la gran pantalla “por los muchos monólogos y pensamientos filosóficos”. “Bille ha logrado transmitir el sentimiento de la novela”, insiste. Pero este actor que dice encontrarse como pez en el agua en los pequeños proyectos, ha apostado por la televisión y por las superproducciones con más y más frecuencia en los últimos años, como en la fracasada Hermosas criaturas y con su encarnación de Rodrigo, el papa Alejandro VI, en Los Borgia. Su siguiente proyecto es la secuela de El hombre de acero, la mirada del realizador Zack Snyder sobre Supermán.

Este ha sido uno de los rodajes más felices de mi vida.

“La industria del cine está cambiando enormemente en estos momentos y las películas independientes son cada vez más raras, es muy difícil conseguir el dinero para este tipo de filmes. Muchas producciones interesantes son de televisión…”, afirma, un poco a manera de justificación. Y el actor lo plantea de forma muy binaria: “O haces una película con un presupuesto gigante que no disfruto mucho o buscas la buena escritura y eso cada vez más está en televisión…”. Por el camino Irons reconoce sin embargo que conforme se hace mayor trata de trabajar menos. “Disfruto muchas otras cosas en la vida… Los últimos meses he tenido algo de tiempo libre y ha sido maravilloso, me he podido centrar en mi familia, en mis animales, en mis amigos…”.

También por su deseo permanente de cambio, "por un apetito", Irons explica que se vaya turnando en su trabajo sobre las tablas de un teatro o delante de la cámara. No en vano el intérprete puede presumir de haber logrado los galardones más prestigiosos en cine —un Oscar por El misterio von Bülow (1990)—, en teatro, —con un Tony por The real thing (1984)— y en televisión, con un Emmy por la serie Elizabeth I (2005). “El protagonista de ‘Tren de noche a Lisboa’ vive una vida completamente prescrita en una ciudad en la que no pasa nada. Entonces por una situación inesperada se encuentra a sí mismo haciendo algo imprevisto… Yo tengo como actor la posibilidad de tomar ese tren en cada proyecto, cambiar es mi trabajo…”.

Jeremy Irons escoge las palabras cuidadosamente y se toma su tiempo cuando responde, mientras usa las manos como de prestidigitador para apoyar sus explicaciones. Así lo hace cuando dibuja cómo se producen esos grandes cambios de los que tanto habla la película, que son como gotas que van cayendo, poco a poco, “drip, drip, drip” (goteo en inglés), hasta que el equilibro se rompe y hay una mutación. “Si la historia [que se relata en esta película] tiene alguna enseñanza es que hay una enorme parte de la vida que no experimentamos pero que podríamos si nos saliésemos de los raíles en que estamos: nuestros trabajos, familias... Pero se puede cambiar y eso es muy importante saberlo aunque sea difícil ser consciente de ello. Cada día nuestra existencia puede dar un giro… Es emocionante”.

La reflexión y tolerancia que aquí demuestra hacen que las palabras con las que descolocó en abril del año pasado, en una entrevista concedida al Huffington Post estadounidense, parezcan pronunciadas por una persona distinta. Su comentario era sobre el matrimonio homosexual: “Si se aprueban las uniones entre lesbianas, gais o transexuales, ¿esto no llevaría por ejemplo a que los padres se casen con sus hijos para así evitar pagar impuestos al cederles sus propiedades al convertirles en sus esposos?", se preguntó.

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