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EL LIBRO DE LA SEMANA

Lecciones de apetito

Las reseñas que la Nobel Wislawa Szymborska publicaba en la prensa polaca, reunidas ahora en un libro, conservan el sentido del humor característico de sus poemas

Szymborska ha reseñado libros sobre asuntos tan diversos como la meteorología, la vida cotidiana en Pompeya o Dalí.
Szymborska ha reseñado libros sobre asuntos tan diversos como la meteorología, la vida cotidiana en Pompeya o Dalí. Getty Images/AWL Images RM

El siglo XX dejó tras de sí una mermada muchedumbre de seres desconcertados y estupefactos por el atroz sadismo de su especie. Los poetas europeos se vieron obligados tras la II Guerra Mundial a reconstruir la idea de humanidad. Una humanidad que, reconstruida a partir de ese estado atónito, solo podía rehacerse comenzando por la humildad y la duda. “Estimo altamente estas dos pequeñas palabras: no sé”, dijo Szymborska cuando recibió el Premio Nobel en 1996. A Zbigniew Herbert le gustaba la palabra “no”, como confesaba en una entrevista con Renata Gorczynski, porque “midiendo la parte negativa de la existencia, evito desagradables marcas de arrogancia, confidencia, y al mismo tiempo abordo el objeto, la situación lírica, la emoción, desde una nueva perspectiva”. Czeslaw Milosz, por su parte, quiso ser el profeta de la duda. Y le escribió a Jerzy Andrzejewski en una carta: “La duda es algo noble. Creo que si se repitiese la experiencia bíblica de Sodoma, habría que buscar a los justos antes entre quienes profesan la duda que entre los creyentes”.

Soy una persona anticuada que cree que leer libros es el pasatiempo más hermoso que la humanidad ha creado

Esa humildad, esa duda, se expresa en la obra de Wislawa Szymborska en forma de ganas: las ganas de mirarlo todo, de escucharlo todo, y con la voz de lo visto, con la mirada de lo escuchado, dejar que el poema hable solo. La poesía de Szymborska no nace ni de la expresión exagerada del yo ni de la contemplación estática del mundo: su poesía es siempre una conversación. Y Szymborska jamás le niega la palabra a nada, a nadie: todo tiene algo que decir. Como dijo en el discurso del Nobel que ya he citado antes, “la inspiración no es un privilegio exclusivo de los poetas ni de los artistas. Hay, hubo y habrá siempre personas en quienes se despierte la inspiración. Personas que escogen su trabajo y lo cumplen con amor e imaginación”. Por eso no sorprende que cuando le tocó hablar de libros, Szymborska hablara de todo tipo de ellos, sin ninguna preferencia especial por los que tenían que ver con su oficio. “Soy una persona anticuada que cree que leer libros es el pasatiempo más hermoso que la humanidad ha creado”, escribió en una de sus reseñas; y los tomos (tres con este que ahora se publica) de sus Lecturas no obligatorias editados en castellano son el reflejo del tiempo pasado con esos libros, y también de su espíritu lúdico, ese que le llevó a componer unas cuantas centenas de divertidos y collages siempre con segundas lecturas y a escribir otras obras solo en apariencia menores como su Correo literario, donde da rienda suelta a la ironía un punto malintencionada que también sabía usar, llegado el caso.

Hay que avisar, con todo, de que si bien en este volumen siguen abundando, como en los anteriores, las reseñas de libros sobre asuntos tan diversos como la meteorología, la vida cotidiana en Pompeya, la enseñanza de la literatura polaca, la bioacústica, Jane Goodall, Dalí, la elegancia masculina o Marcello Mastroianni (valga la redundancia), también se habla más de escritores (incluso de poetas como Horacio, Marcial, Laforgue o Valéry) con más frecuencia que en los tomos anteriores. La mirada de Szymborska es la misma: esa mezcla de inteligencia, humildad, ironía y ternura que la hacen cautivadora y única. A veces sus reseñas parecen habladas: “La autora intenta pintar a los protagonistas de la obra con idéntica objetividad, pero, claro, resulta que está enamorada de Mochnacki”, arranca su comentario a un libro de Aniela Kowalska. “¿A qué huele el heno? Vaya pregunta: el heno huele a sueño. Las vacas, en cambio, rumian en los comederos llenos de anochecer. ¡Naturalmente!”, anota sobre un libro de encuentros con el poeta Józef Czechowicz. Hablando de Dickens se burla del tópico del artista atormentado, y sobre un prestigioso bicho escribe que “la mariposa revolotea en exceso. Como si dicha actividad no fuese indispensable para la vida: de manera en exceso maniaca y continua”. Su reseña de Alrededor de la luna, de Jules Verne, comienza con un resumen al modo escolar muy divertido, para concluir: “La realidad es siempre tan diferente a nuestros viejos sueños que no supone ninguna amenaza para ellos”. En un comentario del Abencerraje y la hermosa Jarifa deduce sagazmente que “en los cimientos de la novela de caballerías europea yace entrelazada la trama de la poesía amorosa árabe”. El estilo de sus reseñas es siempre conversacional, y a menudo comienza contándonos de qué va el libro del que habla. A su inteligencia le gusta esconderse tras un gesto de bienhumorada simplicidad.

Habrá quien pueda decir que estos libros de comentario de libros de Szymborska son literatura menor, y tal vez tenga todo el derecho a decirlo. Pero si son literatura menor, ¿por qué salimos de ellos tan reconfortados, tan aguijoneados, tan con ganas de vivir de ese modo mejor que acabamos de aprender, como solo se sale de los libros que nos cambian la vida? Szymborska era así: no necesitaba casi nada para enseñarnos a mirar, a amasar ganas, a iluminar la luz.

Siempre lecturas no obligatorias. Wislawa Szymborska. Traducción de Manel Bellmunt. Alfabia. Barcelona, 2014. 252 páginas. 17,10 euros.

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