Secretos de la BBC
La cadena asumía con rigor su papel de cancerbero moral. En la calle, era auntie Beeb, la tía mayor que mantenía el decoro de la familia
Bendita sea la burocracia. Gracias a la pasión inglesa por la documentación, la BBC mantiene unos espléndidos Archivos Escritos en Reading: un antiguo colegio cobija el papeleo importante generado por la emisora pública en casi un siglo.
Es el lugar a acudir para averiguar sobre la censura musical (inicialmente, disimulada como Comité de Normas para la Música de Baile). Sus discusiones se conservan y, gracias a esas minutas, se pueden confeccionar recopilaciones como This record is not to be broadcast. Que es la etiqueta infamante que caía sobre el material vetado: “Este disco no se debe emitir”. Algo que puede resultar una sorpresa para la opinión conservadora del Reino Unido, que siempre consideró a la BBC como una madriguera de peligrosos liberales, empeñados en corromper la moralidad pública.
Cierto que la BBC mostró tolerancia sexual en su historia: fue un centro laboral gay friendly. Durante la Segunda Guerra Mundial, salieron artículos que denunciaban la abundancia de hombres sanos, en edad militar, que trabajaban allí; sus hipócritas autores sabían que muchos eran reclutas rechazados para el servicio activo.
Con todo, la BBC asumía con todo rigor su papel de cancerbero moral. Coloquialmente, era auntie Beeb, la tía mayor que se esforzaba por mantener el decoro en la familia. Tras el primer filtro, desaparecían las canciones con referencias al sexo o a las drogas, desde Minnie the moocher a La casa del sol naciente, por mencionar un prostíbulo de Nueva Orleans.
Los archivos también evidencian fobias contra artistas como Frank Sinatra: sus manierismos chocaban con el estilo “robusto y viril” exigido durante los años bélicos. El folclorista Ewan MacColl fue a la lista negra por comunista; además, desertó del Ejercito en 1940 y llevaba una desordenada vida amorosa.
Sonar en la BBC, cuando era la única emisora del Reino Unido, se convertía en una carrera de obstáculos. El Departamento de Programas Religiosos prohibía cualquiera cita bíblica en canciones profanas. Por principio, el director de Música, el compositor Arthur Bliss, eliminaba las adaptaciones “modernas” de fragmentos de Chopin, Brahms o Chaikovski.
Era útil la exclusión de marcas comerciales. Rum and Coca Cola, de las Andrew Sisters, retrataba la promiscuidad inducida por los soldados estadounidenses en el Caribe, pero fue la mención del refresco lo que oficialmente impidió su radiación. Lo mismo con Lola, de The Kinks, aunque la reacción de la discográfica ha pasado a la historia. Hizo que Ray Davies cambiara “Coca Cola” por “Cherry Cola”; así coló la narración, la seducción de un inocente por un travesti en un club del Soho.
Conviene saber que sigue funcionando la censura, aunque ahora se escuda en argumentos de mercadotecnia. Tras la muerte de Margaret Thatcher en 2013, muchos oponentes lo celebraron comprando Ding-dong! The witch is dead, de El mago de Oz. Al ver su irrupción en las listas, el controller de Radio 1 decidió que en la emisora solo sonaría una ráfaga de cinco segundos.
¿Sus razones? La música podría “desconcertar” a los oyentes jóvenes de la emisora, que —aseguraba— no saben quién era Thatcher, simbólicamente convertida en “la bruja”. Es la misma juvenilización que impera en nuestra Radio 3: según declara en Rolling Stone su actual cabeza pensante, hay que espantar a los oyentes de más de 50 años. Un director que, ay, hace tiempo que superó esa edad.
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