La hora de Sacristán
Dentro de unos días el actor madrileño recibirá un merecido homenaje en el festival de cine español de Málaga
Dentro de unos días José Sacristán recibirá en el festival de Málaga un homenaje por su brillante carrera, como hace poco recibió igualmente en los premios Feroz, y en los Cóndor de Argentina, junto a los galardones recibidos por sus películas recientes Madrid, 1987, de David Trueba, o El muerto y ser feliz, de Javier Rebollo: festival de San Sebastián, Goya, premios Forqué, Sant Jordi… Parece que ha llegado la hora en que es reconocido como buen actor este hijo de padre rojo y familia pobre, nacido en plena Guerra Civil, de físico poco atractivo para ser galán de cine pero dedicado desde siempre a convertirse en actor. Tuvo en este trabajo comienzos muy duros en el teatro, pasando incluso hambre, hasta que logró llamar la atención, y sin abandonar las tablas ser reclamado por el cine en papeles de gracioso, con frecuencia tartamudos y gangosos.
Tuvo en este trabajo comienzos muy duros en el teatro, pasando incluso hambre
Si repasamos la carrera cinematográfica de Sacristán podemos ver que en muchas otras ocasiones hubiera merecido estos mismos premios: Los nuevos españoles, Asignatura pendiente, Flor de Otoño, El diputado, La colmena, Epílogo. El viaje a ninguna parte… Su carrera ha ido pareja a la evolución del país, y sus películas la han ido reflejando, entre otras razones por la atenta sensibilidad el actor, artística y política, y también por su disponibilidad a arriesgarse, apuntándose con gente nueva a proyectos de apariencia dudosa, que en bastantes casos el tiempo ha convertido en clásicos de nuestro cine. Él dice que la suerte hay que buscarla sudando la camiseta, y a fe que así lo ha demostrado.
Hay otros actores y actrices que merecerían aplausos similares, y guionistas y directores, pero de la misma forma en que hemos sido pacatos o al menos tardíos en celebrar la existencia de Sacristán en nuestra cultura, a otros quizá ese reconocimiento no les llegue nunca. Decía Fernán Gómez, a quien Sacristán le gustaría parecerse (“Estoy ya en segundo curso de Fernán Gómez”, suele decir con buen humor), que el problema de este país nuestro no es tanto la envidia como el desprecio. Y no solo por parte de los gobernantes actuales respecto al mundo de la cultura, como esta misma semana se ha denunciando en el Parlamento, sino también a menudo por parte de un ciudadano común tan seguro de sí mismo que le basta con mirarse en el espejo. Sea como fuere, bienvenidas sean estas declaraciones de admiración a José Sacristán, y ojalá se amplíe la nómina de reconocimiento a otras gentes del espectáculo que a veces viven con estrecheces mientras que con su trabajo nos están ayudando a abrir los ojos o ser un poco más felices.
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