Heroísmo dopado
La secuela de 300: El origen de un imperio del israelí Noam Murro reincide con una aventura hiper-musculada de esteroides
En un intento por trasladar la cadencia de las viñetas de la novela gráfica creada por Frank Miller, hace casi ocho años Zack Snyder fundamentó la caligrafía cinematográfica de 300 sobre una apoteosis del ralentí, del croma y la posproducción digital, un concepto que dejaba su adaptación mucho más cerca de la animación CGI que de la película de acción real.
En esta segunda entrega, 300: el origen de un imperio, una especie de spin-off en paralelo, desgajado de la historia original, Snyder se conforma con las tareas de producción y deja al mando al israelí Noam Murro, que reincide en la sistemática con una aventura hiper-musculada de esteroides técnicos en la que siguen sin encajar bien el manejo del tiempo secuencial y el engranaje total del tono, siempre demasiado arriba en grandilocuencia de la puesta en escena (el salpicado de sangre en 3D hacia la platea como sello de estilo), sonido (esa horrorosa distorsión del personaje de Rodrigo Santoro, al estilo del reciente Smaug de Peter Jackson), banda sonora (la percusión atronadora) y hasta en sus discursos heroicos ("¡más vale morir de pie que vivir de rodillas!"). Así, a pesar de que la película crea un puñado de imágenes de cierta potencia visual y de que el metraje está muy bien ajustado, todo adquiere un grado de solemnidad difícil de articular en un entretenimiento. Como esos atletas inyectados de esteroides que sólo aparentan el salvajismo, esta segunda entrega de 300, empezando por un polvo supuestamente brutal, simula una fuerza que en realidad le viene, no de la base, sino de un calculado doping.
300: El origen de un imperio
Dirección: Noam Murro.
Intérpretes: Sullivan Stapleton, Eva Green, Lena Headey, Rodrigo Santoro, Andrew Tiernan.
Género: aventura. EE UU, 2014.
Duración: 102 minutos.
Babelia
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