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Ana María Moix, tímida, valiente, sabia y generosa

Su furia era entrañable, que esa mujer tan pequeña y aparentemente frágil fuera capaz de repartir mamporros éticos, emocionaba

De izquierda a derecha: Ana María Moix, Ana María Matute y Esther Tusquets en 1970.
De izquierda a derecha: Ana María Moix, Ana María Matute y Esther Tusquets en 1970.Cesar Malet

Hay recuerdos imborrables. Como el del 3 de abril de 2003. A primerísima hora de la mañana, Ana María nos llamó a algunos de sus amigos. En la madrugada había muerto Terenci. Estaba preocupadísima porque se cumplieran sus últimas voluntades. No eran fáciles: quería que el velatorio y la ceremonia laica se celebraran en el Saló de Cent del Ayuntamiento de Barcelona y quería, además, que no asistieran a las honras fúnebres ningún representante de del PP ni de CiU. “Maragall y Clos serán bienvenidos, pero, por favor que no venga nadie de la derecha”, dijo entre lágrimas Ana María. Ella se cuidó de que todo funcionara al gusto de su hermano. Tenía esa mezcla de timidez y valentía que la hacían tan querida.

Lúcida, inteligente, generosa, sabia, conocedora de la gran literatura, comprometida con sus ideas, Ana María Moix (Barcelona, 1947) dejó de fumar, y le gustaban mucho los cigarrillos de liar, en cuanto supo que tenía cáncer. No fue fácil. Tampoco lo fue su vida. La muerte de su hermano Miguel a los 18 años, que nació con espina bífida, fue el primer gran golpe. Ella tenía 15 años y lo vivió como un auténtico calvario. La muerte de Terenci la hundió en la desolación, aunque siempre tuvo a su lado su gente, como Rosa, su compañera, y los hijos de ésta, que la cuidaron y mimaron

Fue la baby de la Gauche Divine. Escribió un libro estupendo, 24 horas con la Gauche Divine, un retrato irónico, despiadado, con mucho humor, de aquella Barcelona de los años setenta y de aquellos hombres y mujeres tan inteligentes y brillantes. Terenci la llamaba la Nena y así fue conocida también entre los divinos, mucho mayores que ella. Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, Beatriz de Moura, Oriol Bohigas, Jorge Herralde , Pere Gimferrer, Manuel Vázquez Montalbán, Ana María Matute, Esther Tusquets, entre otros muchos, fueron sus amigos.

Josep Maria Castellet la incluyó, única mujer, en su antología Nueve novísimos poetas españoles, junto a Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Martínez Sarrión, Félix de Azúa, Pere Gimferrer, Vicente Molina Foix, Guillermo Carnero o Leopoldo María Panero, entre otros. Eso fue en 1970. El año en que publicó su primera novela, Julia, deslumbrante, sobre una chica que se niega a crecer en constante lucha con la niña que fue y al mismo un retrato impresionante de la Barcelona de los años sesenta.

Fue la baby de la Gauche Divine.  Terenci la llamaba la Nena y así fue conocida también entre los divinos, mucho mayores que ella.

Entre 1969 y 1973, Ana, la de los largos silencios, publicó tres poemarios, Baladas del Dulce Jim, Call me Stone y No time for flowers; dos novelas; el libro de relatos Ese chico pelirrojo al que veo cada día, que representan la ternura, la perversidad, la desdicha, el humor, la crueldad y la ironía. O Walter, ¿por qué te fuiste? Otro retrato de Barcelona, innovadora, sobre la homosexualidad y los conflictos derivados de una educación religiosa que insistía en el pecado ya la culpa.

Pasaron muchos años hasta que llegó De mi vida real nada sé, 10 relatos que muestran su universo literario más íntimo o Vals negro, con la que ganó el Premio Ciudad de Barcelona, sobre el mito de Sissi, la última emperatriz de Austria Hungría, en torno a la que recrea entre la ficción y la realidad la decadencia del Imperio Austro Húngaro. Otro libro de relatos, Las virtudes peligrosas, premio Ciudad de Barcelona, lleno de ironía y melancolía, que contempla el pasado con dulzura y el presente, con terror. También escribió cuentos infantiles, ensayos, colaboró en diferentes periódicos y tradujo a autores como Samuel Beckett, Margarite Duras, François Sagan, Amélie Nothomb, entre otros. Desempeñó tareas editoriales, le gustaba.

Su padre quería que estudiara Farmacia, pero ella prefirió Filosofía y Letras. Le gustaba el cine casi tanto como a su hermano. A diferencia de Terenci, ella se implicó mucho en política, la suya. “Yo no estoy en ningún partido ni nunca he firmado nada. En las primeras elecciones no quise votar porque eso de la monarquía no lo veía claro, pero en las últimas he votado PSOE. No quiero dar ni la más mínima oportunidad de que gane la derecha”, afirmó en 1994.

En 2011 publicó Manifiesto personal, un libro furioso, a ratos nostálgico, pesimista y apocalíptico sobre la actualidad a partir de lo más cotidiano. “Es la situación la que es apocalíptica”, dijo a este diario. “Estamos en guerra, en la III Guerra Mundial. Es la guerra de los financieros y los especuladores y de sus portavoces contra el resto del mundo. No es una guerra de sangre, pero el capitalismo fascista se apodera de todo. Quién consumirá para que el capitalismo siga creando capital? Manifiesto personal aborda todos los espectros de la sociedad, con testimonios de amigos, vecinos, familiares y expertos con algunos retazos de su propia autobiografía.

La furia de Ana María era entrañable, que esa mujer tan pequeña y aparentemente frágil fuera capaz de repartir mamporros éticos, emocionaba. En este diario lanzó una diatriba cuando se anunció que la jubilación se retrasaría hasta los 70 años, afirmó que muy bien, estupendo, sobre todo si teníamos la suerte de tener trabajo a esa edad o a cualquiera.

Era más guerrera de lo que aparentaba. Otro recuerdo imborrable: estuvo, con Esther Tusquets, su gran amiga, en la despedida de Felipe González de La Moncloa, cuando ganó las elecciones el Partido Popular. “Votaré a los socialistas aunque sea con la nariz tapada”, solía decir.

Para Ana, la literatura era tanto leer como escribir. ¿Qué libro has leído?, preguntaba siempre. Sus consejos siempre eran certeros.

Cuando no pudo asistir a la entrega de los últimos Premios Terenci Moix, sus amigos temieron lo peor. Cuidar del legado de su hermano fue uno de sus objetivos. Otra de sus cualidades fue la discreción. Por ejemplo, no dijo públicamente que había heredado la biblioteca de Jaime Gil de Biedma. Ella y Joaquina, la mujer de Juan Marsé, cuidaron del poeta en su etapa final.

Reconocía que era un poco vaga. Quizá por eso se puso un horario en la Agencia Carme Balcells, que la representaba, para escribir sus memorias. “Si las escribo”, anticipó a este diario en 2011 serán post mortem, porque no me callaré nada”.

Ana María Moix ha muerto demasiado pronto. La vida le debía más. Le debía poder continuar con sus memorias, seguir con su estupenda familia, con sus amigos, hablando de libros, recomendando libros.

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