Algeciras da su último ole a Paco de Lucía
Un funeral flamenco y sencillo, a ritmo de palmas de tango, silencios y lágrimas, y con miles de asistentes, despide al monumental músico en su ciudad natal
Por supuesto, el ministro de exCultura tampoco estaba allí. Pero así se despide a un genio. El adiós que Algeciras, los andaluces y los flamencos dieron el sábado a Paco de Lucía, su paisano y compañero más ilustre, fue mucho más que un simple funeral o el entierro de un famoso. Fue una reivindicación del arte, un saludable ejercicio colectivo de amor, orgullo y reconocimiento al talento y al trabajo bien hecho. Sencillo, bonito, conmovedor a ratos, con su toque informal e improvisado, todo tuvo una hondura de una pieza, emocionante. Lejos del cinismo y la torpeza de las instituciones, incapaces de organizar un funeral de Estado a una de las mayores glorias musicales, en Algeciras la gente y los artistas no vinieron a salir en la foto, ni a reconocer al personaje o a la leyenda: miles de personas mostraron su afecto a un artista genial, a una persona honesta, a una forma de ser y de estar en el mundo.
Los algecireños tomaron las calles de la ciudad durante doce horas y acompañaron con un respeto profundo el último paseo del músico que cambió la historia de la guitarra y del flamenco. Como si fuera su último concierto, la gente tiró flores al coche y al féretro, tocó palmas por bulerías y cantó oles a compás y un estribillo flamenco: “Paco, Paco, Paco”.
Fue la última caricia de sus paisanos al quinto hijo, el menor, del algecireño Antonio Sánchez y la portuguesa Luzía Gomes. Aquel niño tímido, inteligente y discreto que se pasó la infancia encerrado en casa con una guitarra para ayudar a los suyos a escapar de la miseria, y que acabó llevando el nombre de Algeciras, ciudad entre dos aguas, y del flamenco por el mundo.
“Algeciras sin Paco a lo mejor no estaría ni en el mapa”, decía la señora Toñi mientras esperaba que el féretro llegara desde el ayuntamiento hasta la Iglesia de Nuestra Señora de la Palma, en la plaza Alta.
No sabría decir si era más grande su arte o su vida”, decía Diego Carrasco
Los más huérfanos parecían los propios flamencos. “Ahora tendremos que aprender a vivir sin él”, decía su discípulo Vicente Amigo. “No sabría decir si era más grande su arte o su vida”, añadía el jerezano Diego Carrasco, la pena oculta por unas gafas oscuras, una más entre las docenas que se veían. “Ha sido el padre del flamenco”, explicó Carrasco. “Hizo lo que no hizo nadie, abrirnos las puertas del mundo. Si hoy se nos reconoce es gracias a él. Su música ha sido la banda sonora de mi vida. Como ser humano era excepcional. Un niño chico que solo quería reírse y jugar al fútbol. Ha visto la vida con una sencillez que no la ha visto nadie”.
Miles de vecinos del extremo sur de la península, llegados desde diversos puntos de la provincia de Cádiz y de Andalucía participaron en la despedida al tocaor, fallecido el día 25 en Tulum (México). El día transcurrió con naturalidad, con esa sobria mezcla de lo laico y lo religioso, y ese respeto al arte de verdad que Andalucía escenifica como ningún sitio. Según improvisó una comparsa gaditana el día de la muerte de Paco, “en Cádiz sabemos que los genios no se mueren”.
Fernando de la Morena: “La racha en los últimos tiempos ha sido horrorosa”
Y ese era el espíritu. Gaditanos de toda condición —ricos y pobres, niños y ancianos, payos y gitanos, flamencos y funcionarios, amas de casa y parados— velaron durante la madrugada la capilla ardiente. Según la policía local, solo entre las 9 y las 12 del mediodía 8.000 personas pasaron a ver el féretro, escoltado por dos guardias municipales con la gorra en la mano y colocado en el lugar principal del azulejado salón de plenos de la alcaldía. La gente, al pasar, acariciaba con mimo una foto del guitarrista, a la derecha del féretro.
Un bosque de coronas de flores llenaba la corrala del primer piso, donde las dos mujeres y los cinco hijos del guitarrista recibían el consuelo de los amigos. “Te quiere Casilda”, decía la corona de la primera esposa, Casilda Varela, madre de sus tres primeros hijos. “Te he de querer mientras vivas hasta después de la muerte”, se leía en la de Gabriela Carrasco, su segunda esposa, con la que tuvo dos hijos más.
Larry Coryell: “Se ha ido a su última gira con Segovia, Parker, Miles...”
El desfile de flamencos fue incesante. Pansequito, Paco Cepero, Cristina Hoyos, Capullo de Jerez, La Macanita, Fernando de la Morena, Raimundo Amador, Miguel Ángel Cortés… “La racha en los últimos tiempos ha sido horrorosa, a ver si paramos ya un poquito”, pedía De la Morena, que grabó con Paco el Himno de Andalucía. Pero el protagonista fue el pueblo. Ya desde primera hora de la mañana los vecinos se apostaron en la plaza del ayuntamiento para esperar el traslado de los restos hasta la iglesia. El día amaneció nublado y húmedo. Bajo una lluvia fina, el gentío esperaba tras unas vallas metálicas, cubiertas por el municipio —los funcionarios trabajaron sin parar desde el día de la muerte del músico y sin cobrar horas extras, según dijo a este diario una fuente municipal— con una tela color corinto.
La gente se arremolinaba con una paciencia, una compostura y un silencio admirables. Si a alguien se le ocurría levantar la voz, enseguida se oía un coro de “schsss”, como en los conciertos cuando Paco empezaba a templar la guitarra: “Si no sabéis comportarse, quedarse en casa”, decía una señora.
El sepelio iba a ser un acto privado; al final el camposanto también se llenó
El silencio se rompió con una ovación al filo del mediodía; el féretro bajó las escaleras de la casa consistorial y ganó la calle a trompicones. Ocho familiares y amigos acarrearon el ataúd hasta la iglesia por un camino cercado. Entre sudores y lágrimas, Pepe de Lucía, Tomatito, Javier Limón, Cañizares y Vicente Amigo, entre otros, recibían el apoyo moral de Farruquito, Rancapino y Curro Romero, que escoltaban un cortejo encabezado por dos motos y las autoridades religiosas con el báculo.
Cuando los algecireños pasaron de los aplausos a las palmas de tango, punteadas con series de oles y gritos de “Paco, Paco, Paco”, incluso a los periodistas extranjeros les resultaba complicado contener la emoción.
Los flamencos no escondían su enfado con el Gobierno
La tristeza se mezclaba en muchos vecinos con una sensación de orgullo por la calidad humana de Francisco Sánchez. Algunos destacaban su honestidad y su sabiduría vital, otros elogiaban su negativa a explotar su fama. “Llevo aquí cuatro horas y ni me duelen los riñones ni nada”, contaba Flora de África, una vecina. “Lo más bonito de Paco es la humildad que tenía. Fue el más grande de todos los tiempos pero nunca quiso ser un personaje. Pasó por la vida siendo uno más”.
El cortejo recorrió los 120 metros de calle entre lágrimas y lanzamientos masivos de claveles y rosas. Las dos familias del guitarrista iban justo detrás, y algunos espontáneos cerraban la comitiva. Cuando el ataúd entró en la iglesia, los asistentes que llenaban la nave central le dieron una ovación y repitieron los oles. Alguien cantó una breve letra dedicada, en tiempo de siguiriya.
Pido a Dios que le acoja y que se pegue una gran fiesta”, dijo Remedios Amaya
Luego hubo una ceremonia religiosa y otra laica: un discurso del biógrafo de Paco de Lucía, Juan José Téllez, y otro de su manager estadounidense, Michael Stein, que leyó un mensaje enviado por John McLaughlin, el guitarrista que formó con Paco y con Larry Coryell —luego Al Di Meola— el Guitar Trio en los años ochenta: “Paco era un hombre auténtico consigo mismo, con los demás y con su música. Tenía un profundo conocimiento del alma humana. Tocar con él fue una de las mayores bendiciones de mi vida. El vacío que ha dejado en mi corazón seguirá conmigo hasta que me reúna otra vez con él”.
El propio Larry Coryell, en un artículo aparecido en Telerama, escribió: “Paco se ha marchado a su última gira, una gira eterna, uniéndose a Segovia, Parker, Rodrigo, Falla, Miles, Coltrane, Rachmaninov y Stravinski. Sus amigos, sus pares. ¡Paco! ¡Gracias! Hasta pronto… Algún día, quizás”.
Al acabar el oficio, el féretro fue llevado en el coche fúnebre hasta el recoleto cementerio donde están enterrados los padres de Paco de Lucía. En la puerta, unas 500 personas esperaban la llegada para darle la última ovación. En teoría, solo la familia y los amigos íntimos iban a asistir al sepelio. Pero la pasión de la gente se desbordó, y el camposanto también se llenó.
A diferencia de la innoble chapuza organizada con el interminable traslado de los restos desde México y con su llegada a Madrid, que fue hogar durante muchos años de la estirpe De Lucía, Algeciras, una ciudad de 120.000 habitantes, consiguió organizar un homenaje sencillo y sentido, a la altura del hombre y del artista.
Los flamencos no escondían su enfado con el Gobierno por no haber organizado una repatriación rápida del cuerpo desde México y no haber conseguido instalar la capilla ardiente en el Teatro Real —Paco fue el primer flamenco que tocó, en 1975, en ese lugar—. Nadie entendía que un teatro público adujera que tenía la sala alquilada a una empresa privada, y que eso obligara a trasladar la capilla al gélido y nada flamenco Auditorio Nacional. Pepe Luis Carmona escribió en su cuenta de Facebook: “Si les hubiera pasado lo mismo a Plácido Domingo o Julio Iglesias, el Gobierno hubiera ido con el Ejército a repatriar el cadáver”.
Una de las más afectadas era Remedios Amaya. “No puedo ni hablar, mi corazón está partido. Era mi amigo del alma. Fue el mejor músico y la persona más grande que hemos tenido en el flamenco”, decía la cantaora con una lágrima corriendo por la mejilla. “Pido a Dios que le acoja y que Paco se pegue una fiesta maravillosa con Camarón ahí arriba”.
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