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CRÍTICA | PHILOMENA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El poder y la gloria

'Philomena' es al mismo tiempo cine de denuncia y cine popular

Javier Ocaña
Judi Dench y Steve Coogan, en un fotograma de 'Philomena'.
Judi Dench y Steve Coogan, en un fotograma de 'Philomena'.

“En el momento en que supones que hubo un creador y un plan, los humanos se convierten en objetos de un experimento cruel por el que nos crearon para estar enfermos y se nos ordenó que estuviéramos bien”. La frase, provocadora, pujante e irreprochable como casi todas las suyas, es del periodista y escritor Christopher Hitchens, pero bien podría haberla pronunciado un tal Martin Sixsmith, periodista de la BBC caído en desgracia por uno de esos resbalones en las redes sociales que a veces te cuestan el infierno, que acabó, casi con desgana, introduciéndose en una historia de interés humano que le ha acabado reportando la gloria. Primero, como escritor de Philomena,una novela basada en una historia real, y ahora, como personaje coprotagonista de una película basada en aquella novela, dirigida por un clásico del cine contemporáneo, Stephen Frears. Sixsmith, ateo en materia religiosa, procaz en su escritura y descreído con la vida, parece una suerte de Hitchens que, por una vez, se hubiera visto introducido en un túnel de delicadeza.

PHILOMENA

Dirección: Stephen Frears.

Intérpretes: Judi Dench, Steve Coogan, Mare Winningham, Sophie Kennedy Clark, Barbara Jefford.

Género: drama. Reino Unido, 2013.

Duración: 98 minutos.

Y, sin embargo, qué poco maniquea es Philomena. El relato de uno de esos casos que no admiten medias tintas, los bebés robados a adolescentes presuntamente descarriadas por parte de instituciones religiosas, parecía presto para el ruido y la furia en una sola dirección. Pero la capacidad de Frears y sus guionistas, Jeff Pope y Steve Coogan (también magnífico protagonista) para huir de lo obvio lo convierten en algo mucho más trascendente y complejo. Políticamente incorrecta, incluso blasfema en bastantes momentos, la película, en cambio, tiene dardos también contra los prejuicios de una cierta izquierda poco dada a la reflexión sobre sus propias opiniones, más que creadas, instaladas a cal y canto gracias a los apriorismos.

La gran cantidad de temas a los que se acerca la película, todos ellos mayores, la instalan en arenas movedizas a cada instante: las creencias religiosas (y el respeto por ellas), las instituciones eclesiásticas, el periodismo, las redes sociales, el juego sucio político, el juicio universal de la masa sin posibilidad de atenuantes, el sensacionalismo, los derechos de los homosexuales, el drama de las adopciones que encubren crímenes atroces y hasta la política alrededor del sida. Ahora bien, siempre hay terreno para otorgar defensas a las acusados... aunque sea para acabar condenándolos como personajes. Eso sí, previo juicio narrativo, previa reflexión dramática.

Con una sensacional Judi Dench, y ese Steve Coogan de preciosa voz, capaz de matizar una interjección de diez modos distintos, estamos ante una obra de incuestionable valor social que, llegando desde el melodrama (el músico Alexandre Desplat se reinventa en cada película), tiene sitio para lugares tan dispares como el cine político y la comedia irónica. Quizá demasiado bonita para una parte de la crítica, alérgica, como el propio periodista protagonista, a "las historias de tintes humanos", Philomena es al mismo tiempo cine de denuncia y cine popular. Cine para emocionarse.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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