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Una pesadilla de nunca acabar

Las injustas acusaciones por los derechos de autor de Camarón marcaron a Paco de Lucía

Amelia Castilla
Paco de Lucía y Camarón de la Isla en una fotografía con categoría de icono, de Pepe Lamarca.
Paco de Lucía y Camarón de la Isla en una fotografía con categoría de icono, de Pepe Lamarca.

Fue una jornada que quedaría grabada para siempre en su memoria, el principio de una pesadilla que nunca cesó. El guitarrista Paco de Lucía viajó a San Fernando para despedir a su gran amigo, Camarón de la Isla. Habían sido pareja de hecho musical en los inicios, luego sus carreras tomaron diferentes rumbos, aunque volvieron a juntarse en momentos puntuales. De Lucía nunca olvidó a su amigo. En la Venta de Vargas —donde Camarón empezó a cantar de niño— María Picardo, la dueña del local y su segunda madre, esperaba firme. Con ella aguantaba el tipo fumando sin parar su amigo Paco. Allí, en medio del dolor por el entierro de Camarón, en 1992, entre el gentío que abarrotaba las calles, escuchó los primeros insultos de los que creían que se había apoderado de los derechos de los discos de Camarón: “Ahí va el ratero ese”, le espetaron, escupiendo en el suelo. Después, cuando De Lucía portaba el féretro a hombros, arreciaron los insultos. Muchos aprovecharon para crucificarlo. Aquello le ocasionó una depresión y pasó cerca de un año tocado. Pasado el tiempo, el sambenito siguió.

La bomba la había soltado el propio Camarón en un programa televisivo, semanas antes de su muerte: “Ahora resulta que la obra no es mía. ¡Habré hecho algo por el flamenco! Solo quiero la mitad para mis hijos”. A partir de ahí, los rumores se dispararon. Camarón, que llegó a cobrar tres millones de pesetas por gala, no era autor de esos cantes. Se barajaron cifras astronómicas y se plantearon problemas legales y morales: ¿Camarón fue un intérprete o un creador? Su viuda Dolores Montoya, conocida como Chispa, lo señaló directamente desde los programas del corazón.

Tras su muerte y a raíz de aquello, los herederos del cantaor suscribieron contratos más ventajosos con las discográficas a medida que crecían las ventas, pero la polémica nunca llegó a cerrarse, alentada sistemáticamente por la viuda. El productor de los nueve primeros álbumes que grabaron juntos era Antonio Sánchez, padre de Paco de Lucía, quien registró algunas letras del cancionero popular. De todos ellos, Camarón percibía su parte como intérprete.

La polémica para muchos artistas y productores carecía de fundamento pero hubo un momento (habían trascurrido 14 años de su muerte) en que el debate llegó a tal extremo que un grupo de flamencólogos, entre ellos Félix Grande, firmaron un manifiesto de apoyo a De Lucía. “Camarón tenía registradas 27 obras en la SGAE en las que figura su nombre y por las que sus herederos perciben los derechos correspondientes. El resto de las 137 piezas que cantó corresponden a otros autores, tanto de letra como de música, entre quienes figura Francisco Sánchez, conocido como Paco de Lucía, que aparece como autor o coautor en 36 temas”, concluía el manifiesto. Ni eso paró a la viuda, quien hace unos meses volvía a arremeter contra el guitarrista.

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